Segundo y tercer clasificado


2º clasificado: «¿Quien eres?» de Marcos Sánchez Mongay

Por mucho que la mira, no reconoce a la persona que el espejo le devuelve.
–¿Quién eres? –pregunta.
–Soy los abrazos y los besos prohibidos. El alarde mudo. El riau-riau sin quien lo cante. La partitura doblada de la charanga. Soy las ocho de la mañana en las que nada sucede, ni gloria, ni sangre. Soy la calle huérfana del santo, las lágrimas que no nacerán por él y la jota imposible. Soy un plato vacío. Los cubiertos en el cajón. El vino y la silla esperando inútilmente. Soy Braulia desnuda y la cabeza de Caravinagre en una estantería. Los despertares sin dianas, las noches sin el alumbre de los fuegos artificiales. Soy donde no existe sol, tampoco sombra, sólo cemento. Chica pero no ye-yé. Mulillas arrastrando el silencio. Un miura engordando en Zahariche. Aceite frío en la Mañueta y sorbete derretido sobre cualquier barra. Soy Hemingway reescrito: al mediodía la fiesta esta vez no va a estallar, no hay otro modo de decirlo.
–Entonces… –interrumpe.
–Sí.
Camiseta negra. Pantalones cortos vaqueros. Sandalias. Es seis de julio y parece de Brisbane.
–Dentro de un año, en este espejo y a la misma hora –reta.
Y se marcha, dejando atrás a la intrusa.

3º clasificado: «La compañía» de Carlos remón Sanjuán

A Toko-toko le costó salir de Autobuses. Braulia no quiso reprochárselo, pero tras el confinamiento pesaba más. Caravinagre, gruñendo por pasar Sanfermines en ERTE. Podemos irnos, autorizó Alcalde, ahí viene Fermín. Pero hoy termino antes, eh, avisó él. Me da chirrinta pasarme por Santo Domingo cinco minutos antes de las ocho. Japonesa inventariando en voz alta: Hidrogel… guantes… mascarillas… ¡Chsss!, nos van a oír, advirtió Joshepamunda. Concejal, creando comisiones de festejos en la 6ª general. . ¡Y recordad! -Joshemiguelerico serio serio-, vamos para ayudar de incógnito, no os pongáis a bailar la Polonesa, joé. Abuela, que ella no estaba para esos trotes.
Cuando llegaron, la luna llena flotaba en el cielo como un globo escapado de la mano de un niño.
Mi madre, terca, asegura que entró a la habitación una doctora que medía lo menos 3 metros. Eso dice. Que un enfermero le acompañó toda la noche. Fermín, uno muy moreno. No caigo. Le toco la frente fingiendo ternura, pero comprobándole la fiebre. Le ajusto la mascarilla de oxígeno procurando que no se enrede con el pañuelico. Es 7 de julio. No sé quién se lo habrá puesto.
Consigue sonreír y pienso que quien lleve un pañuelo de Sanfermín nunca podrá sentirse sola.