Segundo y tercer clasificado


2º clasificado: «Por fin conozco a mi nieta» – Josu Álvarez de Eulate Navarlaz

Después de dos años de pandemia, hoy veré por primera vez a mi nieta. La pequeña Irune debe tener ya casi dos años. Supongo que habrá dado sus primeros pasos y tal vez hasta sepa decir alguna palabra. Nos hemos visto por el móvil, pero no es lo mismo. Recuerdo esas conexiones con sonido entrecortado e imagen difuminada mientras estaba encerrada en una habitación enana. Han sido dos años complicados. Al principio aproveché para hacer repostería y cociné unos churros como los de la Mañueta, pero gané unos kilitos y llegué a pensar que no volvería a entrarme nunca el impresionante traje rojo que llevo puesto. Tuve que ponerme a hacer gimnasia de forma desesperada y torpe. Tenía los brazos rígidos para hacer flexiones y no podía doblar el cuerpo en los abdominales.

Noto esa falta de ejercicio en estos primeros pasos, pero la ilusión puede con el cansancio. Unos ojos amplios y brillantes sobresalen entre la multitud. Debe de ser ella. Me agacho para saludarla y ella me ofrece su chupete.

—¿Cómo te llamas?

—Irune. ¿Y tú?

—Yo soy Braulia — respondo mientras giro con energía e ilusión en busca de los 9.236 niños y niñas navarros a los que todavía no conozco.

3º clasificado: «Picarona» – Carmen Remírez Barragán

Imposible que pasaran desapercibidos. Eran una cuadrilla de las que imponía. Bailaban como si nadie les mirase. Todo estaba lleno. Ocho cabezas. Muy de Pamplona, exigiendo su distancia de seguridad a la marabunta. Como si no fuesen Sanfermines y los cuerpos, mezcla maltrecha de sólidos y líquidos, se abrieran hueco como podían. De un primer vistazo, me gustó el que llevaba algo de barba. Aunque, bueno, había otro con perilla y pendiente que tampoco estaba nada mal. Quería acercarme hasta ellos, así que me puse a pensar en alguna excusa con la que romper el hielo. «Hola, me encanta ese gorro. ¿Dónde lo has comprado?». Sonaba simpática, sin ser desesperada. Es verdad que también había chicas, pero iban a lo suyo, y solo dos parecían marcar territorio. Unos eran pareja fijo, estaban cortados por el mismo patrón. Mismas expresiones, mismo uniforme blanco y rojo. La música comenzó a sonar de nuevo y bailamos. Vi mi hueco. Pero también a ella. Con dos coletas. Simpática y tan desesperada como para adelantarse a todos y colarse sin preámbulo entre sus faldas. Le tomó la mano, le dio un beso y, picarona, le entregó la primera su chupete. Orgullosa, se volvió a perder entre la gente.