Segundo y tercer clasificado


2º clasificado: Recuerdos en Blanco y Rojo – Radostina Tachova Chergarska

El murmullo de la gente mezclado con diferentes sonidos en la calle: una charanga, la música de un grupo de bailarines callejeros y un altavoz móvil con canciones que yo no conocía. Todos vestidos de blanco y rojo. Sonreí. Miré a mi alrededor para buscar a mi cuadrilla, los de toda la vida. ¡Cómo nos gustaba pasar los Sanfermines juntos! No nos saltábamos ni un año.

A mi lado, un hombre anciano me sonrió; me pareció simpático y le devolví la sonrisa.

—Felices fiestas, mi amor —dijo cogiéndome de la mano.

Empujé su mano bruscamente, lo que hizo que cambiara su expresión. Me entristeció que aquel hombre me estuviera confundiendo con su mujer o con un amor fugaz ya perdido.

—Es hora de ponerse el pañuelo — dijo, volviendo a dirigirse a mí con ojos llenos de nostalgia.

Se puso su pañuelo en el cuello y levantó sus manos para colocarme uno a mí. Conforme ataba ese pañuelo rojo alrededor de mi cuello, mis manos comenzaron a llenarse de arrugas, y no sé si fue San Fermín, los colores, la música o su gente, pero pudieron devolverme, aunque sea por un instante, toda una vida ya olvidada.

3er clasificado: El estofado de Welles – Ramón Herrera Torres

Era aquel toro colorado un pura sangre, tan fibroso como resabiado, un ojo de perdiz que se cebó con un yanqui panzón que a duras penas intentaba levantar el vuelo por la cuesta más empinada del encierro. El retinto de lagrimal desteñido parecía haber entablado una comunión especial con ese corredor excesivo al que los lugareños llamaban señor Welles o míster Kane e incluso Ernesto, Hemingway, con quien le confundían.

De repente y justo al comenzar la carrera, el morlaco melocotón se cebó en sus mantecas volteándolo cerca de una de las casas de comida favoritas del americano. El malparado se notó ileso y no menos sorprendido de que tras el batacazo siguiese en compañía de aquel toro rojo. Juntos entraron en el restaurante, uno para sentarse y el otro directo a la cocina. Al poco se lo servían estofado en su cazuela mientras el gordo de Wisconsin notaba en la calle el guirigay de una ambulancia. Se comentó que todos los reyes multirraciales de la ciudad se citaron cual gigantes a las puertas de la casa de socorro junto al mismísimo don Quijote al que Orson Welles había perdido en la ciudad festiva durante el rodaje de su película.