Regresar al desvarío después de un verano entre encinas, carrascas y prados secos, donde los toros comen yerba rala, las ovejas algunas sobras y los cerdos hienden sus hocicos buscando la humedad en lo profundo del estío. Las charcas ocupan un lugar preeminente donde la tierra abierta muestra sus entrañas ásperas y violentas, ¿y qué hacemos los hombres allí? Contemplar la belleza muerta culpando a todos por la poca previsión para este tiempo, será difícil acertar con los pronósticos, deduzco desde mi ignorancia más supina. Al otro lado de este desierto bajo árboles inmensos, los automóviles vuelan sobre un asfalto ardiente, el humo que desprende anula la visión más allá del ruido que producen, se mira al cielo intentando adivinar para cuando el fin de la resaca. Los toros mugen, las ovejas balan y los cerdos permanecen con su hocico husmeando un átomo de humedad.
Los regresos nunca resultan fáciles.