Textos participantes en I Certamen de Microrrelatos San Fermín (XXI)


–  En esencia  –  , Emmanuel Waltener

Soy el corcho de esta buena botella de vino que abrieron una noche de los Sanfermínes.

Aquí estoy en la mesa de esos amigos que, sencillamente, se aprecian unos a los otros. Tambaleándome a cada golpe de las manos en la mesa, a cada carcajada. Testigo modesto pero también eterno del afán del Ser humano de compartir.

Acabo de caer de la mesa y  me ha recogido un niño que me lleva entre los troncos que son los adultos.

Ahora en el suelo, me llevan por allí, por allá los zapatos de la gente, todos diferentes y estas noches, todos iguales. Bailando de uno al otro. Camino entre todos estos destinos unidos por un momento porque la alegría es la única cosa que compartida se multiplica. Esta noche todos sabemos que somos inquilinos de la felicidad y nunca dueños de ella.

Con suerte, acabaré en el río Arga e iré flotando hasta el mar, contando a quien quiere escuchar el bien vivir de estas noches donde al unísono, la gente tiene el corazón que late fuerte y hondo. Donde nos unimos a la fiesta sin resistencia porque su felicidad viene del sentimiento de disfrutar el momento..

 

 

–  Sigue pintado de rojo y blanco  –  , Ana Hernandez

Ya puedes ver el final del apretado callejón.

Una plaza abarrotada te grita. Es tu octavo encierro. San Fermín obró el milagro. Desde aquel momento no abra animal de seiscientos kilos, ni cuernos, ni borrachos, ni despistados que te impidan terminar. Todo es blanco y rojo. Las charangas tocan infatigables. Te sientes feliz, mil veces afortunado, conocedor con fecha de caducidad.

Una manada ya no tan blanca pero cada vez más roja, te absorbe, ere uno más. Y te encomiendas de nuevo al Santo, dejando en sus divinas manos tu desgastado cuerpo, para que obre otro milagro, y te permita aguantar hasta el final, olvidarte del reloj, y del sol, y de quien eres.

Falta poco. Ojos tristes, cansancio contenido, rutina amenazadora. Te resistes con la última copa, el último pincho, el último grito, el último encierro y aunque todo tu ser grita que quiere parar, el corazón sigue pintado de rojo y blanco. Juntas las ultimas fuerzas, enciendes la  última cerilla, buscas tu último grito que se convierte en un lamento, pobre de ti, pero consuélate, con un largo alivio que dura trescientos sesenta y cinco días, y vuelve a saltar y vuelve a gritar ¡Ya falta menos!
 

 

–  El encierro  –  , Maria Angueles Pérez

Son casi las ocho de la mañana, las piernas me tiemblan, los nervios se desatan y me recorren todo el cuerpo. A San Fermín pedimos por ser nuestro patrón nos guié en el encierro dándonos su bendición. ¡Viva San Fermín!, ¡Gora San Fermín! ¡¡¡Pssssssspum!!! Me aumentan las pulsaciones, el corazón me va a explotar. Vaya locura, la gente me empuja, grita, empieza a correr en una sola dirección. Entre los gritos de los mozos se oyen los cencerros de los cabestros, ya deben de estar cerca, se nota la presión, la angustia me recorre todo el cuerpo ¡ya veo los toros!, las piernas no me responden. ¡Corre, corre! Intento esquivar al resto de corredores, los mozos se agolpan a los márgenes del recorrido, crujen los postes del vallado. Los codazos me apuñalan todo el cuerpo. Los morlacos se me arriman cada vez mas, siento un asta en la espalda. Se me corta la respiración, solo queda el último esfuerzo, un par de metros, ya no puedo mas, consigo apartarme de las astas del toro. Uno, dos, cuatro, seis, ¡por fin!, ya me han superado los seis toros. ¡He corrido el encierro de Pamplona, ya estoy a salvo!          

 

 

–  Hoy es siete de julio  –  , Carlos Campion

El espectáculo, de manera única en el mundo, no sólo está en el albero, sino también en los tendidos de sol.

Pero ahora ha salido el primero de la tarde. Se trata de un morlaco colorado, el único de la manada, galopa por la arena atendiendo a los estímulos con el testuz levantado.

A la mañana, en el encierro, iba detrás de mí por la calle de La Estafeta cuando he abrazado el adoquinado y el cuadrúpedo ha tenido a bien apoyar su pezuña en mi omoplato; dejando una elegante mancha en mi blanca camisa y un refinado moratón bajo mi hombro izquierdo, que he de llevar, cual marca de guerra, durante todos los Sanfermines.

Esto sólo puede pasar en Pamplona y hoy es siete de julio, San Fermín…

 

 

–  Desencajado  –  , Lucía Rodríguez

El mazo golpea la estaca que se hunde en la piedra con la soltura de quien hace el camino de vuelta a casa. Sistemáticamente continuamos la faena cerrando la doble empalizada que separará a valientes, insensatos o locos de meros espectadores. La cuadrilla trabaja a conciencia, sin lugar para error ni olvido, es la vida la que se juega. Pronto la penumbra comenzará a disiparse, pero todavía la gente festeja, canta y bebe. Vuelvo al trabajo, esta vez con el escobón, repaso cada adoquín hasta limpiar mi conciencia. Poco a poco cada cual busca y ocupa su sitio, la calle se despeja, rompe el día con los primeros rayos que ni calientan. Apenas unos minutos para el gran momento. A contracorriente camino hacia la fabrica a por otras cuatro perras. Ya en la plaza escucho el chupinazo y, aun con prisa, no paro ante una tele para contemplar, tan cerca y tan lejos, el encierro. Ocho y dos, miro al suelo, mis pies en un charco, el pantalón mojado, el periódico enrollado en mi mano derecha, la izquierda cerrada fuertemente en puño. Levanto la vista, mi rostro en el cristal del bar me devuelve a la realidad, desencajado. Llego tarde.

 

 

–  Experiencias de un viejo corredor  –  , Raul Iglesias

Como cualquier año, una multitud de jóvenes inundaba la ciudad y la convertían en un hormiguero humano cuando se acercaba el momento tan esperado por todos. Entre la multitud, un joven dubitativo iniciaba una conversación con un veterano corredor.

– Me gustaría preguntarte algo…¿Alguna vez lo ha hecho?- preguntó tímidamente.

– ¿Si alguna vez he corrido delante de ellos? Sí. He estado delante, detrás, y debajo de ellos. 

– Sí, ¿cómo es? 

– Excitante, intenso, una mezcla mal revuelta de terror recorriendo tu cuerpo que parece querer parar cada músculo de tu cuerpo mientras al mismo tiempo que la adrenalina desea que ocurra justo lo contrario. Escoge el que más te agrade, es subjetivo a cada uno. En una mala metáfora, es como el amor. Lo revuelve todo y cuando acaba, necesitas un tiempo para volver a estar como antes. Solo que aunque halla terminado, lo sigues recordando durante años. 

– Entonces volverás a correr este año, claro.- Intentó adivinar. 

– Ni hablar, no estoy tan loco amigo mío. Al menos, ya no.- Respondió tras una sonora carcajada y blandir una sonrisa que dejaba entrever la melancolía de  desear correr de nuevo.- Pero te deseo suerte, sé que tú sí lo harás.