Textos participantes en I Certamen de Microrrelatos San Fermín (XXII)


–  La visita  –  , Miguel Andrés Castaño

      Entro corriendo para contarle que esta mañana me levanté pronto para comprar el periódico. Le digo que me encomendé al santo y que  ¡menos mal que lo hice! Después le describo cada una de esas bestias babeantes de chorrocientos kilos; hago hincapié en el miedo que dan los cuernos, esas armas naturales que evocan paisajes del infierno de un pintor surrealista.

      Comento de pasada que el suelo estaba mojado y, después, tras soltarle el catálogo de calles del recorrido, le explico que me he caído y que uno de los toros casi me aplasta, justo antes de que el asta de otro dibujara una extraña caligrafía cerca de mi oreja.

      Hago esto cada día aunque estemos en noviembre. Le cuento esa epopeya cada mañana aunque Pamplona esté a casi mil kilómetros de distancia. Le relato la misma historia que él me soltó mil y una veces cuando yo iba, de niño, a su casa a ver los toros en la tele de blanco y negro. Él se emociona con cada palabra, sonríe con cada emoción del timbre de mi voz.

      Deben entender que la mentira se hace relativa cuando cuidas a un enfermo de Alzheimer.

 

 

–  Sanfermines del 68  –  , Francisco javier Gómez

 Eran los sanfermines de  1968 y el mayo francés llenó de hippys  la ciudad  de Pamplona ; hippys de ambos sexos ávidos de gozar de un paradójico espacio dionisiaco de libertad en un pais sin ninguna. En un  camping salvaje, una oca grande,  hija de un pastor metodista de Misuri, de tanto beber en bota acabó  perdiendo su inexpugnable  virgo de cuarenta  años. Por fin no había cruzado la  mar océana en balde. Al día siguiente de aquel  mítico verano aunque con molestias varias, feliz y contenta, salía de una farmacia  con  la  pomada  para tratarse sus primeros escozores.

 

 

–  Todos juegan  –  , Maria del Puy Garcia

     Diez de julio, una del mediodía; un sol brillante y poco aire en una villavesa atestada de guiris como yo, oliendo a una mezcla de vino y mucha, mucha emoción. Decido bajarme en la próxima, porque la verdad, es mejor pasear por la calle. Y ya en la calle me voy cruzando con la jauría pamplonesa de estos días (estos días todos nos sentimos pamploneses): tipo con traje, con cara de prisa y sudor en la frente; un par de niños, de un blanco resplandeciente, riendo a carcajadas, jugando a los cabezudos; su padre, intentando que sus hijos no se le pierdan entre el gentío; anciana en silla de ruedas, llevada por su María Raquel Esmeralda, saliendo de misa de doce; otro guiri como yo, pero éste muy desorientado -no es mi caso- y con una botella en la mano, sonriendo a todo el que se cruza; chica vestida de uniforme sanferminero con el pan en la mano y las llaves -de su casa, supongo- en la otra; dos adolescentes, ella y él, demostrando a todo Pamplona cómo se quieren. Y un año más, nuestro patrón San Fermín demuestra que en sus fiestas TODOS JUEGAN.

 

 

–  Dos  –  , Renzo Franco Carnevale

Se asoma el sol entre aquellas bestias. Se tiñe incrédulo, irreal, en los ojos de ella, y sube hasta el varón. Baja él. Los toros a las calles; pañuelos rojos en la cicatriz de las piedras. Tropel en blanco y sangre. Fuego de vientos, ella.  

 

 

–  350 kilómetros para San Fermín  –  , Raquel Alonso

¿Que nos vamos de Sanfermines? ¡Que dices tío! ¿Ahora? ¿Estáis todos en el coche esperándome?Y de donde saco el traje, que para eso hay que ir arreglado. Bajo enseguida, a ver que se me ocurre.Espera que mi madre tiene pantalones blancos del hospital y el cacharro ese que se pone en la cintura ¿como se llama? ¿de dónde saco uno de esos? Voy a ver en el cuarto de mi hermana que usa de esos pañuelos largos para el cuello, tiene uno rojo, que me va a venir que ni pintado…Oye, ¿pero el pañuelo si que lo tenéis no? Menos mal. Ya estoy chicos, ¡solo nos quedan 350 km para la fiesta!

Por fin llegamos. 1 de enero, 2 febrero…. Pásame el kalimotxo…eeee,corre, corre. Qué sino todavía no estoy integrado del todo en la fiesta, 7 de julio San Fermín.

 

 

–  Amor a primera vista  –  , Sheyla Pool Pástor

Te veo jadear, secas el sudor de tu cara, otra vez corres… así, inesperadamente, me unen a ti para siempre tres gestos comunes. Ya las bestias huyen despavoridas pero lo único que yo quiero es alcanzarte. La multitud se agolpa, suda, disfruta, se olvida de todo y es tan difícil abrirse paso, amor, entre tantas emociones. Te abandonas al ardor del encierro, sangre contenida y caliente, y yo me entrego a la simple estrategia de estar a tu lado. Palabras de ánimo me alientan a seguir en frenética carrera, pero olerte o quizás rozarte es al final mi única fuerza: todas las bestias se confunden con esa bestia hambrienta que llevo dentro. Una oleada humana, imprevista, me acerca a ti. Tu cercanía se convierte en una explosión de placeres ocultos que duran instantes… una eternidad. Otra oleada humana, indiferente, te aleja de mí para siempre. Te veo por última vez recostada a una valla, sé que analizas cómo adelantarte al furor y de pronto otra vez corres, como si fuera tu primera vez para perseguir y acosar y ganar. Quisiera ser tu única presa y diversión, pero aún no me has visto y quizás ya no me verás