– Esto no son sanfermines – , Mª Jose Larrainzar
Es la tarde, vamos toda la cuadrilla de chicas. La Pza. Del Castillo está a rebosar, para no perdernos alguien se suelta la faja y la pone en alto, todas nos agarramos y seguimos atravesando el gentío. Hoy compraremos un pollo asado para cenar. Veremos la salida de Las Peñas, bailaremos en el Casco Viejo y nos iremos después a las barracas. No recuerdo con claridad el día que descubrí el alma de la fiesta, debía ser demasiado pequeña. El baile, la música, la alegría lo inunda todo. De pronto alguien comienza a correr, dicen que hay tiros en la plaza de toros. ¿Cómo?, volvemos a preguntar a los que llegan, necesitamos oírlo varias veces para poder creerlo, hasta que lo escuchamos por nosotras mismas y, no es la hora de los fuegos. Viene gente corriendo en distintas direcciones. ¡No, por favor, no! No hay apenas dónde moverse, nadie puede estar tan loco para hacer una cosa así. ¡Esto es San Fermín!, es una fiesta sagrada, hemos oído a nuestros mayores que ni siquiera en la Guerra Civil se suspendieron. Muchos foraster@s nos preguntan qué está pasando, sin entender nada, sin darse cuenta que estamos tan perplej@s como ell@s
– Y la vida continúa – , Manuel Nevado
En la calle escuchaba un ruido atronador. Tomó el último sorbo de su copa de vino y asomó la cabeza a la ventana. Observaba distraída la foto de su ya fallecido marido. En el peor momento la había abandonado, con toda su miserable vida por delante. Con un hijo aún joven. Sus ojos demostraban meses de inconsolables llantos e injustificadas ausencias. La sacó de su estupor una melodía familiar que sonaba dentro de la casa. Por un momento creyó que la soledad era soñada. Se agachó y vio a su vástago con el viejo txistu de su padre. Había olvidado que estaban en días festivos. Esbozó una sonrisa sincera e invitó a bajar a su pamplonés. Se dirigieron a la calle Jarauta, donde detuvieron sus pasos al escuchar una peña que tocaba el carrico del helao. Madre e hijo danzaron. Ella recordó el primer baile con su padre; cómo éste le puso un pañuelo rojo alrededor del cuello. Lo sacó del bolsillo y lo dio a su niño acompañado de un esperanzador beso.
– Los escarmientos de San Fermin – , Carmen Portillo
Pero San Fermín que todo lo ve, se enfadó con varios de los corredores del encierro por tomarse a broma el recorrido de los toros y no respetar sus pitones. Un mozo con aspecto desgarbado y boca suelta. Uno de esos que se sitúan en primera fila molestando a los que saben cómo se debe de correr un encierro y lo que es una cornada, cuando se abrieron las puertas, no pasó de ahí. Por arte de magia se tropezó cayendo al suelo de bruces. Uno de los morlacos le pisó en la espalda y quedó tendido en el suelo conmocionado con el conocimiento más perdido que cuando se reía. No fue el único. Un poco más adelante saltó un mozo con cara de dormido desde las vallas en el momento en que un toro bien dotado de cuernos corría hacia la plaza. Esta vez conseguiste que el susto del revolcón le afectara a su brazo roto y a su orgullo con un escarmiento. Bien hecho San Fermín que todo lo ves, dales un buen escarmiento y también un capón, aunque como buen santo, luego les bendecirás.
– Valor y sangre – , Antonia Marín
Siete y media de la mañana. La calle estaba llena de gente, me fundí con la multitud. Era una mañana fresca, mi primer encierro. Mi corazón latía con fuerza y mis manos sudorosas aferraban un pañuelo rojo.Ocho menos cuarto. La gente se impacienta, se enciende, se excita. Todos los corazones parecen latir con la misma fuerza.El vino corre, pasa de boca en boca, de mano en mano, fluye por mi boca y todo mi cuerpo. Me até el pañuelo al cuello y sentí el aullido de la multitud. Un fuerte ruido y todos reaccionamos como un mismo ser. Eché a correr sin mirar atrás. Recuerdo aquellos momentos como si fueran un sueño. El olor a pólvora, los gritos, el sudor, el calor. Oí los cencerros muy cerca de mí, justo detrás de mí. Corrí como jamás había corrido en mi vida. Llegué a un lugar seguro y respiré profundamente. Recordé la sangre que teñía el asfalto. Alguien me pasó una bota de vino, bebí y grité con todas mis fuerzas porque me sentía vivo, porque nunca jamás podría sentirme más vivo que en aquel momento en el que había rozado a la muerte.
– Ultima carrera – , Enrique Galindo
Hacía años que no corría delante del toro sintiendo la sensación húmeda de la lengua larga oliéndote el cogote y un buen par de astas amenazándote la historia. De eso hace tiempo, largo y pausado.
Y ahora, justo en el momento que había robado a la naftalina el pañuelo rojo, memoria de la sangre, y el uniforme blanco, reminiscencia del mozo que fui, he tenido la mala potra del tropiezo casual y la caída. Y con ella se ha desmoronado mi juventud y mi adultez. Podría haber sido en Estafeta o en Mercaderes pero no; tuvo mal querer el destino que fuera el bordillo de la puerta.
Pero no estoy solo: una enfermera, un bastón y el último aliento han hecho el milagro de la recuperación. Aún soy capaz.
Diez de junio y toca Miuras. Me he escapado en blanco y rojo de las hermanas. El chupinazo anuncia mi resurgir de las cenizas. Apenas doy dos pasos. Tirado, pisoteados cuerpo y alma, quebrado el bastón, escucho a los de Cruz Roja: «¿Cómo es posible que se haya colado en la carrera un abuelo octogenario?». No sé si saldré de ésta; pero he vuelto a pisar asfalto.
– San fermines sin nobel – , Pastor Orduz
…..Era el último día de la fiesta. Fuera, comenzaba a llover de nuevo…..Cayetano Domeño sigue pasando sus manos sobre el lino de esta cama que el amigo no disfrutará más. En este lino tan blanco como las nieves del Kilimanjaro, él no quiere aceptar la cancelación que el hombre vital ha hecho del servicio en el cuarto 217.
El calor de afuera, aquí es tibieza del cariño dormido entre copas de Rioja y los clarines de la plaza.
A este lado del mar, el bosque le recuerda la boñiga del último corral navarro. Este verano traerá más sangre que el menstruo de las Vestales. El cohete festivo esconde el ruido del rifle en el bosque de los robles nostálgicos.
Era la víspera de la fiesta. El amigo no volverá, se ha ido con su impronta de esta vida de cobardes, vida sin Minotauros de verdad. Er niño de los Oak Park no volverá y este mucamo finge la sobriedad, única forma de no llorar ante la noticia que en pocas horas cruzará la Mar Atlántico:
EL VIEJO HA CAÍDO EN SU MAR. Y Nobel no vendrá este año a San Fermines.