Textos participantes en I Certamen de Microrrelatos San Fermín (XXVI)


–  200 palabras  –  , Nuria Saragüeta

Los Sanfermines en 200 palabras, pocas, se necesitan muchísimas más para poder hacer sentir a la gente la experiencia, pero lo intentaré:

Es fiesta, rojo, blanco, alegría, almuerzos, chupinazo, música, vermú, risas, reencuentro, nuevas amistades, amor, jotas, la última canción de pachanga con baile incluido, guiris, vino, vacaciones, dormir poco, ir a trabajar sin dormir, gaitas, txistus, peñas, charangas, algún que otro famoso, los gritos de mi madre a las 8 de la mañana viendo el encierro por la tele, churros con chocolate, barracas, algodón de azúcar, bailar hasta reventar, horas y horas y horas en la calle sin entrar en ningún bar porque no paras de juntarte con gente, pintxos, gofres, sidra, el pañuelico, conciertos, el mechero o invento del año con luz que todo el mundo lleva, gente, mucha gente, ambiente en cualquier rincón, sorpresas, las casas regionales con su pulpo, paella, rebujito…

Pero lo que si es cierto, que en estos días de fiesta, se vive de otra manera, no hay palabra que describa la emoción, lo mejor siempre ha sido y será venir a vivirlos en tu piel, ya verás como repites, cada año es diferente, pero nunca, nunca podrás decir que lo pasaste mal.

–  Vuelta a Pamplona  –  , Elena Okariz

Atravesé la algarabía rojiblanca que bajaba por una antigua calle adoquinada, con escaparates llenos de recuerdos. Busqué una tienda para comprarme el atuendo tradicional. Era mejor pasar desapercibida. Venía huyendo de Burdeos y ahora tenía que encontrar a un hombre entre millones de personas.

Anudé el pañuelo y me estremecí por el estruendo de aquellos cohetes. Arrastrada por una marea enloquecida llegué al monumento que buscaba. Es extraño cómo te sientes regresando a la misma ciudad. El recuerdo se corrompe. Sin embargo, yo visité una ciudad fría con personas distantes y había vuelto a un lugar diferente. Ajena a toda aquella fiesta me sentía sola. Bajo la pezuña de un toro encontré una nota que me indicaba la hora y lugar del encuentro. 

Grité por encima de la música para pedir. Un chico puso su brazo sobre mis hombros y me entregó un gran vaso de cerveza. Bailamos de una calle a otra. Ellos no hablaban francés. Yo no hablaba castellano. No importaba. Comiendo pequeños fritos con un neoyorquino mientras una rubia saltaba de una fuente, me di cuenta de que estaba rodeada de desconocidos. Pero en aquel momento eran mis amigos. Ya no estaba sola.

–  Un secreto bien guardado  –  , Reina González
 
Aquella ciudad era un lugar donde podía encontrarle,  y para hallarle nada mejor que la fiesta, pensé, esa fiesta que tanto le gustaba. Por eso me vestí de blanco y rojo y me fui a la cuesta de  Santo Domingo, donde todo empieza, y le implore al santo y corrí por estafeta esquivando los toros y llegue al ruedo casi antes que los cabestros, queriendo adivinarle en todos pero no descubriéndole en ninguno. Yo necesitaba encontrarme con  él, por eso seguí buscándole hasta llegar a la Plaza del Castillo y en aquel lugar,  entre las mesas de una terraza, le vislumbré tomando un aperitivo. Me quedé observando.

Enseguida se percató de que alguien había descubierto su secreto y me hizo un gesto con la mano para que me aproximara, me fui hacia él sin saber muy bien  como actuar, “No te pierdes una Ernest”, le dije por decir. Y el me respondió, “Quien me busca en Pamplona siempre me encuentra y más en San Fermín”, e hizo un gesto invitándome a sentarme a su lado.