– Por ti – , Raúl Melgosa
Estaban sentados en un bordillo de la Cuesta de Santo Domingo. Todavía era temprano para el encierro y la calle estaba casi despejada.
Él miraba hacia el río y recordaba escenas del pasado. La cogida de su padre en el 96 se clavaba como una punzada en su pecho. La primera vez que corrió junto a él, seis años más tarde, erizaba el vello de sus brazos.
Ella miraba las estrellas, los colores del cielo y el rumor del viento traían visiones de días por venir. El viaje que habían prometido hacer al sur, tras los exámenes de septiembre. La película que había prometido no ver si no era con él.
-No entiendo por qué lo vas a hacer.
-Pues está bien claro. A ver, ¿por qué lo haces tú?
-¿Qué tendrá que ver? Yo no estoy muerto de miedo.
-Sí lo estás.
Él recordaba las veces que le había visto esconder lágrimas según volvía de correr.
-¿Es por eso? ¿Quieres que pase miedo por ti?
Ella recordaba las veces que sus ojos habían brillado al contarle lo cerca que estuvo de las reses.
-No tiene nada que ver.
Se miraron largamente. Y se besaron.
– Ave Fénix – , Esther Miranda
Marta se obligó a ir este años a los sanfermines. Lo hacia porque Marcos y ella habían planeado este viaje antes de que todo se volviera negro, antes de que él quedara tirado en la carretera con la cabeza abierta. Antes de que ella pasara los días encerrada en la casa sin querer ver a nadie. Se lo debía porque fue ella quien se durmió al volante.
Gorka llevaba toda la vida corriéndolos, necesitaba esa adrenalina que le producía correr delante del toro y que le hacia sentir vivo. El resto del tiempo gestionaba eficazmente el negocio familiar y era un padre responsable.
Antes de la salida Marta creía que no sentiría mas que ese vacío que se había instalado en ella pero ahora veía como el pulso se le aceleraba y algo parecido a la felicidad aparecía . Corrió sin mirar atrás, con el corazón en la boca pero al volver la cabeza perdió el equilibrio viendo como una masa de gente se le venía encima. Gorka que la vio a punto de caer tiró de su brazo apartándola de la marabunta. Él preguntó: “¿estas bien?” Y ella con la mirada perdida, contestó “Muy bien”. Después estalló en carcajadas.
– Desde mi ventana – , Irene Hernández
Desde mi ventana, a todas horas, oigo a gente. Cuando despierto oigo gritos divertidos por las mañanas, palabras de fiesta de padres que avisan a sus hijos, frases de chiquillos que se sienten libres, esa libertad olvidada de la infancia, frases a medias que no entiendo de aquellos que vuelven y aún no han dormido.
Un buen rato después de que el Sol se ha ido, desde mi ventana, oigo gritos festivos por las noches, algunos me asustan, y yo, con los ojos muy abiertos, escucho atentamente, para saber que no estoy dormido.
Y me sonrío cuando pienso que vivo todas esas vidas de gentes que gritan, sus sorpresas, sus diversiones, sus encuentros nocturnos, sus jaranas, las vivo yo también, desde mi ventana.