Un cruel descubrimiento 6


Llegan las Navidad y con ellas la consecución de ese pequeño bulo universal que nos montamos en las casas y con la que embaucamos a la gente menuda coincidiendo con la nochebuena o la epifanía. Uno piensa que con la parafernalia que se monta dentro y fuera de las casas en torno al asunto, los críos tienen que sentirse un poquito engañados al saber la verdad.

El problema es cuando uno se lleva estas decepciones de mayor y descubre que lo que uno tenía por hechos y principios imperturbables, no lo son tanto. Y aquí empieza mi relato de lo que aconteció el pasado siete de julio.

Para la logística sanferminera, uno utiliza la casa de un cuñado que se encuentra al lado del coso taurino. Salía un servidor del festejo taurino e iba a dejar la mochila en el mencionada casa. Era sábado y la calle estaba de bote en bote con el personal bailando, bebiendo y festejando. Mientras abría la puerta del portal una pareja estaba llamando al telefonillo. Me fijé poco en ellos pero ambos lucían un estilismo sanferminero de fín de semana: pantaloncitos blanco cortos ella, vaqueros él, con fajas y pañuelos anudados de un modo imposible de homologar por el sanedrín de este blog. Mientras se iba cerrando la puerta, alcancé a escuchar que ella le preguntaba él por su nombre.

Tras recargar la nevera con bebidas para el día siguiente y hacer algún que otro recado bajé por las escaleras con la cabeza puesta en el Gin Tonic que iba a caer a continuación. Al llegar al portal, que tiene el tamaño de una sucursal de banco, escuché un ruido en las escaleras que bajan a los trasteros de la casa. Temiendo que algún cabrón se hubiese colado para hacer sus necesidades, práctica habitual del fin de semana, asomé un poquito la cabeza por la barandilla. Sólo presencié la escena un instante y el ángulo de visión sólo permitía ver una pequeña parte de esta, pero puedo decir sin temor a equivocarme que la pareja del telefonillo estaba echando un esploto con todas las de la ley ¡en la puerta del trastero de mi cuñado!

Ni que decir tiene que me largué de allí disparado, que uno no tiene vocación de voyeur. Aunque la visión de la escena me persiguió durante todo el verano y me hiciera adicto a los relatos de Patxi Irurzun.

Tantos años pensando que el sexo y los Sanfermines eran como el agua y el aceite… y resulta que los hay que follan en San Fermín ¡y con gente que acaba de conocer!

¿Quién nos metió esa idea en la cabeza de que los sanfermines eran sólo alcohol y toros?¿Será verdad lo de las australianas en Navarrería?¿Nos habremos perdido algo? ¿Qué será lo próximo que descubramos, que San Fermín no era morenico?

Mientras tanto sólo queda desearos a todos felices fiestas y un buen paso del primer escalon de la escalera.

 

 


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