Un viaje a Pamplona 4


 Llegó pronto a la Estación de Autobuses. El y su amigo Vicius iban a tomar rumbo a Pamplona. Sus primeros Sanfermines. Unos amiguetes de Carabanchel le dijeron que ellos iban todos los años y que eran unas fiestas cojonudas. El viaje no se hizo largo. Nada más llegar lo primero que hizo fue comprar dos litronas. Tras peinarse, abrió la otra y le dio un trago largo. Le habían dicho que la Plaza del Castillo era el centro de la fiesta, y que allí encontraría sitio para sobar. Anudó un pañuelo que encontró en el suelo al cuello de Vicius y diábolo en ristre se sumergió en lo Viejo. Antes de llegar a la Plaza del Castillo entró a comprar otras dos litronas a un super. Al llegar y ver todo hasta arriba de gente pensó: “¿Dónde estarán estos cabrones?”

Después de dar un par de vueltas se quedó a hablar con una cuadrilla de A Coruña. Eran las cuatro de la tarde y se había ventilado ya tres litronas. Aquellos compañeros gallegos eran buena gente, así que se olvidó de los madrileños. Tiró una gorra al suelo y empezó a bailar el diábolo, mientras Vicius hacia piruetas en aquel inusual número punki-canino. Cuatro perras había en la gorra cuando le dijeron los galegos si se apuntaba a cenar con ellos. Se apuntó a la cena y subieron hacia la calle Arrieta. Preguntó si iban a jalarse un bocata, a lo que uno de los coruñeses respondió que cenarían lo que hubiera. Entró desconcertado a la Plaza de Toros. “De puta madre” escuchó a los lejos a un tío que levantaba una cazuela. “Magras con tomate” gritó. En cinco minutos ocho punkis habían juntado magras, ajoarriero, un tupper con gambas, unas alubias rojas y cuatro barras de pan, además de un pozal de sangría. Fue ahí cuando se encontró a los carabancheleros que también estaban cenando. “Joputa, ¿donde te habías metido?”.

A partir de entonces ración de risas con el resto de compañeros. Litronas en ristre y borrachetes, se dejó llevar a la Plaza de los  Fueros a ver a Rosendo, que aunque no es suficientemente duro para ellos, en el barrio es un mito. Además un concierto es buen sitio para que rulen unos canutos. El efecto de los excesos empezó a hacer mella en él y se tumbó a sobar en el césped de la plaza con su inseparable Vicius.

Al despertar, se encontró rodeado de gente que dormía o retozaba a su lado. La cabeza le retumbaba, por lo que utilizó cerveza que fue encontrando por ahí para retocarse la cresta. Entre la basura encontró un par de bocatas para dar algo de jalar al perro. Apareció en la Plaza del Castillo donde encontró a los vallecanos tirados junto a sus mochilas.

El ambiente mañanero parecía diferente. Las cuadrillas de mozos manchados de harina y kalimotxo pasaron a ser familias con niños de un blanco impoluto. Empezó otra vez con el show del diabolo y el perro, recibiendo más dinero que el día anterior. Paró un momento. Vio a sus colegas tirados, a cuadrillas que todavía no se habían acostado y a guiris durmiendo en los bancos, y pensó: “Estas Fiestas me van a gustar”.


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