Como bien sabéis soy un asiduo asistente a charlas – coloquio que suelen organizarse en sociedades de Pamplona. El otro día acudí a una en la que participaron una interesante ensalada de judías verdes con cigalas y vinagreta de tomate, una fantástica merluza en salsa verde con patatas panadera, y un brillante solomillo de jabalí con compota de manzana y puré de castañas. El moderador fue un clásico, un crianza navarro de gran predicamento entre los presentes.
Estas charlas suelen estar plagadas de historias y anécdotas. Reales o inventadas. O quizás idealizadas por el moderador y el paso del tiempo. Historias que te llevan a la Pamplona de otros tiempos. A los Sanfermines de otros tiempos. A la sociedad de otros tiempos. Pero uno se da cuenta que muchas de ellas pudieron haberse desarrollado tanto hoy como ayer.
De las del ayer, me quedo con una que contó uno de los asistentes ayudado del moderador. El protagonista es un reconocido mozopeña de la época al que llamaremos Fulano. Fulano era conocido en Pamplona. Repartía su devoción entre San Fermín y Baco. Participaba en muchas de las actividades que se organizaban en la ciudad o en la peña, e incluso impulsaba iniciativas populares.
En estas, que la peña de la que era socio organizó un viaje a Bayona para asistir a fiestas de la ciudad hermana. Según comentaban los presentes en la mesa, hace años eran muchas las peñas que organizaban viajes a las fiestas de los pueblos de Iparralde. Estando allá los mozos con la txaranga, empezaron a dar ambiente a las calles y a dar buena cuenta de pipermines, cognacs y brizards. Fulano, a la sazón uno de los organizadores del evento, decidió a media tarde que era momento de guardar la pancarta y los instrumentos en el autobús y seguir la farra. En ese momento se decidió que el autobús saldría a las diez de la noche y que deberían estar todos allí presentes no más tarde de las diez y cuarto. Siguió el día, y el alcohol fue haciendo mella en los mozos pamploneses. Cantando y bailando se iban acercando al autobús en cuadrillas a la hora acordada. Iban apareciendo todos menos Fulano. Las diez. Y cuarto. Y media. Algunos mozos empezaban a impacientarse y pedían la salida del autobús. Como muchos pamploneses iban a Bayona en coches particulares, imaginaron que habría vuelto con alguno de ellos. A las once, y con el enfado de la concurrencia, el autobús partía para Pamplona. Cuando llegaron, los músicos recogieron los instrumentos y un par de mozos la pancarta. Pero cuando la fueron a coger notaron que pesaba mucho, y observaron un bulto. La empezaron a desplegar y se encontraron a Fulano dormido y acurrucado entre aquella tela pintada con dibujos reivindicativos.
Por eso para mí es tan importante acudir a estas charlas-coloquio, porque sabiendo de dónde venimos, sabremos a donde vamos.
¿Y esto cómo es? ¿Le pasó al amigo de un amigo?
Lo cierto es que esta historia tiene nombres y apellidos, pero preferí obviarlos.
Pues habrá que pensar que hizo el viaje en el maletero del autobús, ¿no?
Iría albardao
Yo sabía de alguno que entraba a la plaza de toros así, pero hacer un viaje tan largo………