VI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


LOS TOROS TAMBIÉN PERDONAN

Danny Villalobos Fonseca

Sergio corrió lo más rápido que pudo, al llegar a la esquina casi podía sentir su respiración en la espalda. Hay mucha multitud.
Esta es la parte más peligrosa —dijo—. A su lado iba el más grande de todos, era negro, fuerte, podía sentir su furia a través de su mirada. El joven valiente le tomó del cacho izquierdo y corrió los últimos veinticinco metros que faltaban para el redondel.
Al tocar la arena, tropieza y cae . El toro que venía de último fue a su encuentro, él estaba allí indefenso, tirado en la arena, acostado, esperando el ataque. El toro se le acercó, lo miró fijamente y después de unos cuantos gestos de ira continuó su camino hacia el centro del redondel.

LOS DESVELOS DE UNA MADRE

Carlos Malillos Rodriguez

Las siete. Me levanto sin pegar ojo en toda la noche. ¡Este hijo…! Está visto que hasta que no suene el “Pobre de mí”, me pasaré las noches en vela, rosario en mano.
Comienzo los cinco Misterios…
Las siete y media. Un Misterio más, que son seis los morlacos…
Las ocho menos cuarto. Otro Misterio para que los cabestros esquiven las montoneras…
¡La caja de cerillas! ¿Dónde he puesto las cerillas? ¡Mira dónde están!: al pie del santo. Enciendo la vela que alumbra a mi san Fermín. Tenía que haberlo hecho antes, pero estoy aturdida y la cabeza no da para más.
Van a dar las ocho. Tiemblo…
Las ocho. ¡El chupinazo! Vuelvo al rosario. Otro Misterio. Éste para la Virgen. Apunto alto. Ella siempre me escucha. Una salve y tres padrenuestros a las benditas ánimas del purgatorio, y para que no les haya pasado nada a los corredores.
Las ocho y cuarto. ¿Cuándo llamará este hijo?
Suena el teléfono.
—Madre: ¡que estoy vivo! (Risas). Ahora me voy con la cuadrilla a almorzar. Te quiero, vieja. Agur.
Yo no almuerzo. Apago la vela, guardo el rosario y me meto en la cama. Gracias san Fermín, hijo —le digo—, y me quedo dormida.

PUNTO DE INFLEXIÓN

Luis López Morquecho

Trabajé de barrendero en los sanfermines del 2000. Era un crío que sólo buscaba ganar algo de pasta. Me tocó acompañar a un hombre seco y corpulento que extrañamente olía a naftalina. “Me gusta trabajar en este ambiente… es como encontrarte a tu maestra de la escuela borracha perdida” me dijo a la primera. “¿La besarías? A la maestra. Yo, sí. También, tiene derecho a desfogarse…¿eh?” No supe qué contestar.

En cierta ocasión, mientras limpiábamos la calle Estafeta, se nos acercó un chaval.
– ¡Eh!
Levantamos la mirada.
– ¡Barrenderos de mierda! ¡Vagos! Pa que hagáis algo de provecho con mis impuestos.
Entonces, lanzó al suelo con todas sus fuerzas una botella.
– ¡Maldito cabrón!
Di un paso hacía él, me pareció una colilla pisoteada, un vaso de cerveza abandonado en la acera… pero mi compañero me detuvo con un suave gesto en el hombro. Después, agarró su escoba y con destreza barrió los cristales (el chaval fue agarrado por sus colegas y enseguida ya estaba bailando en la fiesta). Yo los recogí en el capazo.

Por cierto, en los sanfermines del 2000 fue cuando conocí a mi novia, estudiaba para maestra.