VI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


SENTIMIENTOS

Elisa Gutiérrez García

Soy un veterano corredor de los encierros de San Fermín. Comencé siendo uno de esos no lugareños reconocido y aceptado; hoy vivo en Pamplona. La primera vez que fui a correr un encierro, lo hice de la mano de mi hermano mayor que ya lo había corrido varios años. Los dos íbamos a los encierros de los pueblos de Guadalajara.
Pamplona, era un reto. Así aparecí el 8 de julo de 1993 poco antes de las ocho de la mañana en la mítica calle Estafeta. Recuerdo que oí y sentí como se abrían las puertas de los corrales tras el cohete. Luego sentí cómo el suelo se movía con las pisadas de cada uno de los toros. Mi corazón comenzó a latir al mismo ritmo. La intensidad y el ritmo de las pisadas aumentaba a medida que se acercaban donde yo estaba. Mi corazón también lo hacía. Cuando estuvieron cerca, no pude moverme. Aquel toro me miró y en ese microinstante, vi en sus ojos el mismo temor que él debió de ver en los míos. Pasó de largo y aquellos ojos me ayudaron a correr. Estoy seguro de que los míos le ayudaron a él también.

EL PENÚLTIMO ENCIERRO

Maria Dominguez Fuertes

Como cada año, te sientas frente al televisor para ver el primer encierro. Pasa el tiempo pero el gusanillo, la emoción, el sentimiento y la tensión permanecen intactos, y cada vez que se abre la puerta y salen los toros iniciando su recorrido hasta la plaza de toros, vuelves a ser aquel mozo que un día también corrió delante de ellos, con la adrenalina disparada y el corazón a mil.

Sigues siendo fiel a la cita año tras año y pese a tus piernas cansadas que apenas se pueden mover ya, en esos momentos vuelas, eres el más valiente, el más templado, el más rápido, sientes el aliento del toro en tu nuca y corres, corres como nunca, como siempre.

Este año, sin embargo, será el último. Tu vista se acaba y sombras oscuras fuera de control van apareciendo ante ti. No hay solución y el año que viene apenas distinguirás la luz de la sombra.

Pese a todo, volverás a pedir que te pongan frente al televisor. El oído será tu guía y un año más, pese a no ver, volverás a sentir la emoción porque cuando se lleva esta fiesta en el corazón, es para siempre.

LA JOYA DE SAN FERMÍN

Ainhoa Pastor Kortabarria

Recorrió medio mundo para volver a Pamplona. Se veía guapo vestido de blanco y el rojo anudado al cuello resaltaba el moreno de su piel. Allí estaba, dispuesto a llegar a la plaza sintiendo el aliento del toro en el cogote. Pero no era eso lo que más le atraía de San Fermín. Su verdadero objetivo era otro: tras el encierro, premiarse con aquel impresionante bocadillo de txistorra con el que llevaba soñando todo el año. Había probado otras, pero aquella era sublime: brillante, crujiente, jugosa… perfecta. Llegó al bar pero ¡nooooooooooo! colgaba un cartel de “Cerrado por jubilación”. Aquello no podía estar pasando. Entró en la churrería a preguntar y allí le explicaron que el propietario se había ido a vivir a Benidorm. ¡Maldición!, se prometió a sí mismo que no se marcharía hasta dar con aquella joya. Empezó a dar voces y, tres encierros después, alguien le deslizó una nota con el número del dueño del bar. Llamó sin vacilar y, por fin, consiguió el nombre de la charcutería que preparaba aquel manjar. Le faltó tiempo para presentarse allí y, entonces, la vio tras el mostrador. Cruzaron sus miradas y ella se sonrojó. Nunca más faltaría en su plato aquella delicia.