PAÑUELOS ROJOS
Teresa Jiménez Sojo
Vitoreaba esperando con firmeza el enviste del toro leñoso, desde las ventanas exclamaron temerosos la cornada provista de los siete males acaecidos. –No tiemblen, no recojan su suspiro, que aquí hay Fermín para rato y estas son mis fiestas patrias, ahora, comienza lo bueno- dijo antes de desmallarse ante el charco de pañuelos rojos que oprimían la asestada del toro bravío.
BRAVURA ETERNA
Ivannia Mendizábal Yáñez
El abuelo busca su tabaco, es la señal que una de sus tantas historias hará gala en nuestra imaginación. Con mis hermanos nos peleamos el lugar más cercano al viejo para no perder detalle de sus palabras, que se hacen más vívidas con los gestos y expresiones de sus ojos negros, como ese encuentro con la bestia al caer al suelo, donde el roce con los adoquines quemaron sus manos, pero no tanto como el calor que sintió en sus entrañas al ver que se acercaba con bravura. La mirada juvenil del viejo, se encontró con los ojos de la bestia, desafiándose uno al otro, esperando el primer movimiento, respiró profundamente, su cara se desfiguró alzando el grito. La imagen se quiebra al oír a lo lejos el segundo cántico, haciéndose cada vez más intenso, vibran en mi pecho las voces del resto. Abro mis ojos, tomo mi pañuelo rojo, seco mis párpados…respiro…alzo mi mano derecha, mi voz es parte del tercer cántico “A San Fermín pedimos por ser nuestro patrón, nos guíe en el encierro dándonos su bendición. ¡Viva San Fermín! ¡Viva!, Gora San Fermin! Abren las compuertas, el olor a bestia embriaga, mis pupilas se dilatan, el calor está en mis entrañas.
LO QUE FLOTA EN EL AIRE
Núria Garcia Berga
Los primeros rayos del sol atraviesan unas diminutas motitas blancas que siempre me han parecido mágicas. Porque lo que flota en el aire no es sólo polvo. También flota el murmullo de los corredores, la emoción de la gente que se agolpa y la pólvora del cohete con el que se inicia el encierro. El polvo que flota se va mezclando con el trote de las pisadas, ya casi estrepitosas, y con la adrenalina de los mozos que acompañan a las reses. Las motitas blancas bailan en su apogeo sobre los lomos del ganado que pasa, y se quedan, aún revoltosas, en los límites del rayo que las atraviesa. De pronto pasa una nuve y el instante mágico termina. Ya no hay motas blancas, ni corredores ni ganado. Sólo la brigada que limpia la calle Mercaderes.