FUSIÓN
Andrea Mercado Antón
Negro como el tizón, frío y espeluznante como el mismísimo invierno que todo a su paso lo hiela, a la vez cálido, lleno de fervor, como los primeros rayos de sol reclamados por Mayo. Su mirada, un arma letal que me desnuda el alma dejándome impune de cualquier táctica. Su aliento retozón juguetea con el mío hasta fundirse en una impetuosa brisa tan inmensa y mística como el universo mismo. Mi inquieto corazón me pide a gritos salir del pecho, suplica piedad pero no lo quiero escuchar, acelerada y paralizada, necesitaría verte una vez más. Alzo la vista al cielo, papá, todo irá bien. La multitud roji-blanca vocifera, aclama, aplaude, quiere empezar. Este es nuestro juego y sabemos cómo jugar, tus normas mis normas, todo está pactado ya, tu cuerpo robusto eriza mi piel, estoy bien, solo un minuto más. No tengo miedo, saco mis fuerzas y sigo tu ritmo. Por fin, lo hemos logrado, te doy las gracias amigo sin ti esto no se hubiese cumplido. Para algunos una pasión, un arte, una tradición, para mí esto es algo más, como un primer amor, plácida y ferviente fusión, cuando el toro corre a mi vera solo late un corazón.
TIEMPO DE FIESTA
Susana Torres López De Haro
En la plaza abarrotada, el gentío observó el chupinazo, gritando y celebrando me llevaron por las calles viejas de Pamplona, hermanados todos y eso que yo era de tan lejos…
Nuestra ropa blanca se nos manchaba de vino coreando y bailando junto a la orquesta que paraba debajo de cada balcón, conocí a unos y a otros, acentos diferentes mezclados entre risas y cantos.
Las horas pasaban sin darnos cuenta, los mozos corrían en los encierros mientras apostados en las vayas nos refugiábamos para ver el espectáculo.
Llegué a una plaza donde bailaban parejas, luego todos juntos danzas tradicionales entre el sonido de gaitas y txistus. En una plaza contigua un concierto para jóvenes, en las calles, artistas espontáneos preparando su show, puestos de artesanía y gente cenando, y a las once como cada noche, los fuegos artificiales donde todos nos deteníamos para observar una Pamplona con un cielo lleno de luz y color.
Comienzan las verbenas y la noche sigue al día, la fiesta no duerme igual que no duermo yo, momentos intensos que se demoran hasta el “pobre de mí”, hasta la despedida de amigos que jamás olvidaré, parto y desde la lejanía te digo, hasta pronto San Fermín.
DOS CABEZONES
Maitane Perez Argote
Cuando volvía a casa después de los churros y los cánticos en la plaza, las calles no eran lo que habían sido, y los jóvenes eran ahora niños y mayores persiguiendo a la comparsa. Una hermosa luz se colaba por las calles estrechas e iluminaba a barrenderos y vidrios. Los gigantes habían dejado atrás la calle mayor y pensó que esa sería la mejor ruta. Allá, al fondo, encontró una figura sentada en un escalón, un Kiliki cansado y hermoso contemplando el suelo con sus ojos inmensos. Se sentó a su lado en silencio. Una mujer los observó. Dos cabezones, uno de cartón-piedra y otro de alcohol y noche sentados en mitad de la calle, con una armonía perfecta y una seguridad de pertenencia al mismo lugar, a la misma ciudad, a la misma fiesta. Después de un rato el kiliki se levantó para seguir a unos niños que lo llamaban. Antes de irse, le tendió la mano en silencio a aquel mozo que lo miraba como a un amigo más. Después echó a correr. No hubo nada que decir, no hacía falta. Pasó una charanga que se llevó al mozo al baile, haciéndole olvidar una vez más el camino a casa.