VI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


EXILIO

Jesús Suescun

Hoy me he levantado más temprano que de costumbre. Tras una ducha templada paso revista a toda mi ropa, perfectamente ordenada sobre el sofá. Es un día importante y me visto despacio, disfrutando cada instante, siguiendo la misma liturgia que repito año tras año.
Las horas pasan volando y a media mañana, siento de nuevo el revoloteo de las mariposas en mi estómago. Son las doce menos diez; compruebo una y otra vez que no he olvidado mi pañuelo rojo mientras clavo la mirada en el gran reloj. Observo las manecillas avanzando lentamente hasta que… ¡bummmm!, el Chupinazo me saca de mi estado de hipnosis y enciende mi mejor sonrisa. Grito, río, salto y siento como mi corazón se infla como un globo. Me invade una amalgama de sentimientos, imposibles de explicar, fáciles de comprender.
A las doce y dos minutos recibo la llamada de mi hermano. Apenas consigo oírle, solamente escucho la algarabía de la Plaza del Castillo e inmediatamente rompo a llorar. Intento disimular y me seco las lágrimas, que brotan a borbotones, con el dorso de la mano. Cuelgo el teléfono, apago la tele y me juro a mí mismo que éste será el último seis de Julio lejos de Pamplona.

CON TODAS MIS FUERZAS

Noelia Mendive Moreno

Recuerdo el pasado Siete de Julio, día de nuestro patrón por excelencia, San Fermín, aunque algunos no lo consideren como tal. Primer encierro de las fiestas. Ocho de la mañana. País extranjero. Sofá incómodo donde los hubiese y portátil frente a mí. Sujetaba con mi mano izquierda un pañuelo rojo que traje de Pamplona cuando me convertí en emigrante. Fue al escuchar el primer cántico de los corredores, esperando a la apertura de puertas más esperada, con el viejo “A San Fermín pedimos por ser nuestro patrón, nos guíe en el encierro, dándonos su bendición”, cuando me derrumbé. Jamás he sentido nostalgia semejante. Las lágrimas comenzaron a inundar mis mejillas y una profunda tristeza se apoderó de mí. Y no es que yo sea creyente, pero en esos momentos recé con todas mis fuerzas para que todos aquellos corredores acabasen el recorrido sanos y salvos. Y seguí llorando todavía con más fuerza, si cabe, mientras corrían hasta llegar a la Estafeta y algunos quedaban atrás, cediendo el paso a los que habían decidido no rendirse todavía. Y apreté el pañuelo hasta clavar mis uñas en la palma de mi mano, mezclándose el rojo de mi sangre con el pañuelo.

AMOR A BORBOTONES

Pilar R De Los Santos

No pensé que separarme de Luis me resultaría doloroso. Desde que planeé con mis amigas el viaje a Pamplona, hace ya un año, he contando los días que faltaban para San Fermín con gran desasosiego, sin embargo ahora no estoy segura de querer alejarme del chico que conocí hace unos meses y que ha robado mi corazón a borbotones. No se parece al príncipe azul con el que sueñan las chicas desde que oyen cuentos de hadas, pero es encantador, alegre y lleno de energía que me transmite en cada cita.
Le propuse venir, incluso le regalé el pañuelo rojo para el cuello, pero el trabajo no lo permite.
Y aquí estoy, sentada en el metro junto a la maleta y mis risueñas amigas, dudando si tomar el tren con destino a mi quimera de siempre o quedarme y vivir mi sueño actual.
Mis pasos siguen los de mis amigas, no yo. Veo el tren que nos espera con las puertas abiertas y los asientos reservados y no me motiva. Hago un esfuerzo para subir la pesada maleta y una mano fuerte desde arriba me ayuda. Levanto mis ojos para agradecer ¡Dios mío, es él!
Ha venido y mis dos sueños se hacen realidad.