EL RIAU RIAU
Laura Galindos Reyes
Voz del pueblo que baila y canta al unísono el vals de Astráin, mientras aguarda expectante la salida de la comitiva de la Plaza Consistorial. ¿Conseguirá el alcalde y los concejales llegar hasta la capilla de San Fermín?.
TORO
Aurore Pérez
Qué mal he dormido esta noche, estoy nervioso.
La habitación de hotel no es demasiado espaciosa pero tengo desayuno incluido. Estamos unos cuantos. Me cuesta despertarme del todo, sigo mareado por la falta de sueño, pero todo está tranquilo.
De repente, un estruendo. Todo se vuelve pánico rojo. Nos agrupamos en la salida de emergencia, que no tarda en abrirse. Echamos a correr, corremos todo lo que podemos, el aliento se nos corta. No sé qué está pasando, hay mucha gente corriendo también. Parece un funeral chino. Y todos corren.
Ni siquiera recuerdo muy bien en qué ciudad me encuentro. Me suele pasar cuando siento angustia, pienso. También pienso que tengo que calmarme, pero soy incapaz. La explosión, gente corriendo, será grave, algún atentado, un terremoto…
Veo una joyería, cerca un cartel: “calle Estafeta”. De qué me sonará. No soy capaz ni de ubicarme, los nervios me carcomen. Se me escapa hasta la última miga de lucidez.
Me cuesta respirar. Corro, sigo gente, gente me sigue. Respiro, mal…
Ahora una puerta, a la que todos van; llegamos a un edificio circular. Al entrar: paz. Todos han dejado de correr. Y la gente sentada alrededor aplaude al verme.
Parece que hoy será especial.
«FERMINAK»
Juan Manuel Sandoval
Hemingway le había insistido en que lo vea, él se sinceró y afirmó que no estaba al tanto de los asuntos terrenales, pero cansado de la insistencia del viejo “Ernesto” decidió darle una oportunidad. Saturnino se ofreció de compañía ya que los otros “Sans” se encontraban ocupados. El tapeo y el jamón serrano como aperitivo fueron las primeras victimas de la “masacre culinaria” de dos estómagos vastos. Le siguió una apetecible porción de tortilla y como plato principal el querido lechazo asado, receta de un viejo amigo.
Saturnino ofendido con el destino que no permitió a su amigo enterarse de tal evento, le prometió a él que nunca lo olvidaría y que le pediría al mandamás que los meses se hagan horas, las horas minutos y los minutos segundos, solo para que la espera no sea tan tortuosa.
Con el vino encargándose de amansar a las fieras de la ansiedad, Saturnino anunció que había llegado la hora. Él observo su reloj y al ver a las manecillas en tan sensual posición, exclamo ardidamente con una sonrisa: “¡Gora!”