ANIVERSARIO
Blanca Oteiza Corujo
Las agujas del reloj se acercan poco a poco a señalar el norte en la esfera blanca. Es seis de Julio y ya desde primera hora de la mañana se respira en el aire que es un día especial. Nerviosa me empeño en dejar todo preparado, aún no me he vestido para la ocasión y el tiempo me atrapa deambulando absorta por casa.
Vestida de blanco y rojo salgo con la botella de cava en la mano. En el jardín aguarda mi marido como lo hizo unos años atrás delante de la iglesia de San Fermín.
Pasa un minuto del mediodía, en Pamplona ya están de Fiesta.
TU ULTIMO DÍA
Juan Ignacio Miranda Agós
Cuantas veces te preguntas que harías el último día de tu vida. Si solo dispondrías de un día para disfrutar. Ese día que lo tienes que exprimir a tope y no dejar nada para el siguiente.
Ese día lo pasaría con amigos de toda la vida. De ahora y de antes. Quedar de par de mañana y juntarte a comer y beber algo. Aprovechar a comer unos huevos con chistorra y patatas regado de un buen vino. Una copa de patxarán no puede faltar. Ser feliz y estar feliz con tus amigos. Que al salir a la calle todo el mundo se bese y este alegre. Que la sonrisa sea la parte más grande de las personas. Juntarme con esos conocidos que no veía desde hacia tiempo y hablar sin parar con todo el mundo. El reloj es solo un artículo de decoración. Nadie tiene prisas, ni corre perseguido por la presión de no llegar a la hora exacta. Disfrutarlo a tope y solo descansar cuando el cuerpo no pueda más y caer en la cama rendido, atrapado por el cansancio de haber disfrutado por completo de un día entero.
Ese día, es lo más parecido a un 6 de julio cualquiera en Pamplona.
PANDEMIA
Edurne Lecea Malagón
Si estás leyendo esto, quizás todo acabó…
La situación empezó a descontrolarse cuando la propagación de este mal se fue haciendo imparable, creando un efecto dominó a mi alrededor. Todos caían como moscas detrás de mí.
Ningún rincón del planeta parecía inmune a esta plaga. Zombis políglotas me rodeaban. Los síntomas eran claros: ojos febriles expectantes con una sed violenta… Y el ente resultante, siempre en movimiento.
El modo de propagación, virulento, era sencillo: bastaba un mínimo contacto con el ser infectado para que todos corrieran como aturdidos en cualquier dirección, con el único afán de sumar nuevos individuos al caos.
Nadie dormía ya, todos siempre alerta, como si nunca se apagara el sol. Un estado de vigilia mundial que entendía cualquier idioma, sin ninguna distinción.
Llegó el momento en el que aquella marea enloquecida me engulló… Millones de sensaciones se adueñaron de mí: euforia, alegría, amistad, emoción, pasión…no soy capaz de plasmarlas en palabras…el virus que transmiten las fiestas de San Fermín por fin me transformó…
Pero si estás leyendo esto, todo terminó.
El Pobre de Mí, antídoto de mi mal, deja dormitando en mi sangre ese virus inmortal, que despertará con el próximo estallido blanco y rojo de mi corazón.