VI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


PERRO CHUPINACERO

Isabel Delgado Martínez De Iturrate

Un 6 de julio -de no recuerdo qué año- muy temprano, salí a pasear con mi perro por la Vuelta del Castillo. Era un rottweiler estupendo: cariñoso, juguetón, guapo y simpático; pero también bastante cabezón y con mucho carácter cuando lo consideraba oportuno. Así que aquel día decidió no dar la vuelta en el lugar de siempre, sino seguir y seguir adelante desoyendo mis llamadas. Yo parecía el perro siguiendo al amo, porque temía que se perdiera. Y andando, andando, llegamos a la Taconera, él tan pancho y yo con la lengua fuera, vaya, que ya se me había puesto cara de perro. Por fin, conseguí atarlo y sentarme en la terraza de un bar. Mientras yo tomaba un vino, él se iba zampando los cacahuetes que yo le daba, y, como estábamos tan cansados, allí permanecimos hasta que oímos el chupinazo. Él comenzó a saltar y a ladrar, no sé si por el susto o porque celebraba el comienzo de las fiestas; por si acaso, como yo llevaba un pañuelo rojo en el bolso, decidí cedérselo a él. Llegué a pensar que algo olió o intuyó y me llevó hasta allí para que disfrutáramos de la fiesta. Qué listo era, el muy bandido…

PASIFAE MEDIEVAL

Carolina Lubrano

Navarra un 10 de Octubre de 1324. Llueve. La feria de todos los años, lentamente, va tomando forma: viva, mutante y latente. Olores, colores, sonidos multiplicándose y entremezclándose por doquier. Mercaderes que descargan exóticos artículos. Pastores que azuzan con palos y gritos la cansina marcha de los toros de lidia. Cantos del vulgo a su Santo patrón. Clima de Fiesta. Lorenza, indiferente, observa la escena.

El imponenete rebuzno de un soberbio toro saca a Lorenza de su abstracción. La bestia se retoba, corcovea, desafía su destino ya escrito en su testuz. Intentan doblegar su bravura. Lorenza lo mira, fascinada. Por un breve instante mujer y bestia mezclan miradas. Una chispa lúbrica se enciende en el cuerpo de la hembra.

Atardece, tiempo de la ansiada corrida. La bestia en la arena, Lorenza emergiendo de la multitud. Una pulsión devenida en sexual la guía. El toro arremete feroz y sin dudarlo Lorenza se interpone en su camino. El animal detiene su embestida. Por última vez bestia y mujer entrecruzan miradas. Un majestuso cuerno se hunde blandamente en el pecho de Lorenza; el estoque final entre los omóplatos del astate. La sangre fluye y se confunde. Está todo dicho: la eternidad ha hablado.

TRESCIENTOS CINCUENTA Y SEIS

Juan Vega Romero

Llega la fiesta de San Fermín, la que espero todo el año para recorrer los ochocientos metros y pico como se ha hecho desde siempre, desde antaño.
Suena el chupinazo, ese que atraviesa el aire igual que me cala el alma. El pañuelico rojo que suelto de mi muñeca y enarbolo al aire y lo anudo en mi cuello aliviando el nudo de mi garganta.
Sepultado entre el vallado y los mozos, corriendo delante de los astados, junto al vitoreo de la gente. Con la respiración acelerada del toro y la mía que se hacen uña y carne.
Y van quedando atrás los encierros y el Riau-Riau; los gigantes, los kilikis y los zaldikos.
Y cuando llega el momento fatal, el pobre de mí y me aferro a lo inevitable; me desprendo del pañuelo al que daré un último uso de consuelo secando mis lágrimas en él, con la tristeza y la alegría de que sólo faltan trescientos cincuenta y seis días para usarlo otra vez.