VI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


LA ESCALERA

Aída Riancho López

1. Mi corazón palpita al son de la plaza. Miles de gritos y cánticos resuenan en los adoquines y en las paredes del majestuoso edificio. El color rojo inunda el cielo por encima de nuestras cabezas. Una explosión anuda en nuestro cuello el rojo, mientras todo es canto, grito, risa.

2. Enormes cabezas se alzan ante mí, cientos de niños se arremolinan a sus pies y cuelgan los chupetes que utilizaban cuando eran txikis. Gigantes estructuras giran y giran en una danza que parece no tener fin.

3. La noche ruge colores y un corazón se refleja en su iris. Extasiada, mira hacia arriba, absorta en el sinfín de figuras que engalanan el cielo.

4. La mañana se despierta con un gélido aliento a la espalda. Piernas agarrotadas codos como dagas. La manada recorre las calles. El capotico evita la tragedia.

5. La figura del santo se mece por las calles. La multitud se agolpa, las jotas retumban por doquier.

6. Velas encendidas en lo alto de nuestras cabezas, un solo pensamiento inunda nuestras mentes: Esto termina, pobre de mí. Una lagrimilla resbala por la mejilla mientras el rojo se esconde.

7 de julio: ¡San Fermín!

LA MAGIA DE SAN FERMÍN

Mayte Guardabrazos Vaz-romero

Te miré y me miraste, pero no nos llegábamos a ver con claridad entre tanta gente. Me acerqué y te acercaste, pero una llegada masiva de gente, pañuelico en mano, nos cortó el camino. No podía creer lo que veían mis ojos. No podía creer que en ese mismo instante, 6 de Julio a las 11:45 de la mañana, pudiese haberte encontrado. Después de haberte buscado por Pamplona durante años, sin éxito, por fin te había encontrado. Eras tú.

Los cánticos se esfumaron y parecía que tuvieras una luz indicándome el camino. Tras 10 minutos moviéndonos como las olas en el mar, conseguí llegar hasta ti.
Por fin, ahí estábamos frente a frente, tú y yo, sin poder decir palabra. La plaza del Ayuntamiento se hizo minúscula y sólo podía verte a ti.

De repente, se alzaron todos los pañuelos rojos y yo, ahí, en medio de la multitud, incapaz de moverme. «¡Pamploneses, pamplonesas!»- y yo seguía inmóvil. ¡PUM!, un cohete estalló. En ese segundo, entre esa alegría, esos saltos, esos gritos de ¡Viva San Fermín!¡Gora San Fermín!… me abalancé sobre ti feliz, muy feliz.

Te miré y me miraste, y eras tú, mi desaparecida hermana gemela. Ahí comprendí la magia de San Fermín.

DESPERTARES

Javier Vegas Fernandez

Era de día cuando arrancamos en un coche sin luces. La noche había terminado. Salían nietos y abuelos vestidos de un blanco inmaculado solo salpicado por el rojo de fajas y pañuelos. Padres y madres dormían rotos y no necesariamente juntos.

El coche arrancó y empezó a moverse dejando un sonar de piñones que rascaban.

– ¿Vas bien?
– Si, si, no os preocupéis, que yo controlo.

El asiento de atrás del panda no era un sofá del Ritz, pero a mi me lo parecía. Su pelo sucio tras una noche de sudores y cavas varios a mi me parecía una melena pantenne. Me caía de sueño, pero aguanté. Ella quería recostarse en algo y ahí estaba yo. Pasé una mano por su hombro. Hacía unas horas le había abrazado. Vale, era un pasodoble mal bailado, pero sentí su piel, y además también me abrazó ella cuando pasaron toros y mansos.

El coche dio un bandazo.

– ¿Pero vas bien?
– Que si tío que si, tú tranqui, cuando estemos llegando os despierto.

Abrí un ojo. Sobre una bata verde clara unos ojos me miraban. Por mi oreja entró una voz que decía: está saliendo del coma, a ver quien se lo dice ahora…