HISTORIAS DE MI PADRE.
Melisa Lucia Pérez Badel
Me contó mi padre que en la península ibérica, un reino noble y orgulloso de su estirpe, celebra cada Julio sus fiestas en honor a San Fermín. Con infinita paciencia esperan el resonar de un cohete capaz de estremecer el alma de quien lo escucha y sonrisas a flor de piel recorren la ciudad sobre ríos pintados de rojo y blanco. Me relató, que el alba es seducida por la gallardía de las Dianas, mientras los más valientes con periódico en mano piden protección al santo para los 825 vertiginosos metros de carrera junto a los astados y que en las tardes hombre y toro se dan cita en la arena para luchar en franca lid.
Habló de gigantes que danzan hipnotizando a grandes y chicos, de noches engalanadas bajo una lluvia de colores y explosiones que retumban por doquier. Un huracán de emociones que acaba a la luz de las velas y con un “pobre de mí”, no sin el consuelo de iniciar otra cuenta atrás. Llegué a pensar que eran leyendas, historias de mi viejo soñador, hasta que un verano desde lejanas tierras a Pamplona viajé; descubrí que sus relatos cortos se habían quedado pues los Sanfermines hoy mi alma han cautivado.
METÁFORA
Ana Lozano Cantó
Lo tenía frente a mí: grande, bravo, temible. Me subyugaron los ojos negros como pozos en los que por un segundo vislumbré mi imagen. Bastó apenas un breve movimiento de la testuz para intuir la violencia de los cuernos afilados. Presa del pánico, corrí y corrí hasta lograr zafarme de su ira.
Después la victoria; las gracias al Santo; la celebración con tapas y chacolí. Lo mejor de todo, la camaradería.
Cuando llegó la calma comprobé que aquella carrera había sido una premonición. Mi verdadero toro era la inercia, el abandono, el creerme un fracasado, el asimilar como cierta la baja autoestima, donde la crisis se empeñaba en colocarme. Me había alcanzado de lleno una embestida feroz. Un día comprendí que igual que me había entrenado para el encierro, así debía esforzarme para vencer a la desesperanza.
REFLEJO
Nazaret Martínez Ramos
El reflejo del espejo, vestida de blanco limpio y el rojo eterno.
El reflejo de una ventana, que el cohete de las 12 hace temblar y provoca el vértigo.
El reflejo de un sinfín de ojos, que atentos esperan unos días inciertos.
El reflejo de una ciudad que se transforma, de su pueblo que el himno entona, de los viajeros que hacen de la Estafeta su zona.
Un reflejo sincero, de aquellos que lloran y ríen al mismo tiempo. Porque estas fiestas son distintas, intenso ambiente y sentimiento.
Es el desfile de los que orgullosos llamamos “nuestro”. Desde los valientes inquietos que corren las calles al comienzo del día, hasta los que llenan la plaza, donde 6 toros esperan una muerte digna.
Suma el efecto de la noche, la música de los conciertos, el bocata viendo los fuegos y las peñas que animan el cuerpo.
Brindo por esos momentos. En el vaso, el reflejo de mi gente y del santico, que tanto respeto. ¡Fiel, me guía desde el comienzo!
Ay, «pobre de mí» que vuelvo a casa de nuevo. Y en el reflejo del espejo, el blanco ya no es tan limpio pero el rojo, en el corazón llevo.