UN RECORRIDO POR SAN FERMÍN
Estefanía Gutierrez Villanueva
A la hora prevista me encontré en la Estación de Autobuses con mi amigo Brian. Siempre tuvo ilusión por ver los Sanfermines.
Comenzamos el día observando el Encierro desde unos emblemáticos balcones. Quedó asombrado cuando al final del recorrido se enteró que no hubo ningún accidente grave.
Transcurridos unos minutos nos dirigimos al Café Iruña y allí degustamos unos sabrosos chocolates con churros.
Con los rayos de sol por encima de nuestras cabezas, nos encontramos con la Comparsa de Gigantes y Cabezudos. ¡Qué manera de bailar el Rey Africano!
Nos dirigimos a la calle Zapatería y allí escuchamos la Jota dirigida a San Fermín. Silencio absoluto en honor al santo y copiosos aplausos al final.
Unas reconfortantes cervezas acompañadas de cazuelicas de chorizo a la sidra, en el bar Kiosko, nos puso el cuerpo en forma.
Dimos unas vueltas por la Plaza del Castillo, recorrimos Carlos III y, para descansar un poco, fuimos a los Jardines de la Taconera.
¿Quieres marcha? Pues ahora a los toros, ver el ambiente de las Peñas y como colofón los Fuegos en la Vuelta del Castillo.
¿Dónde dormiremos, Estefanía? ¿Qué te parece si empleamos la verde alfombra de este hermoso parque?
¡… Felices y maravillosos sueños!
TODO PARECÍA PERFECTO
Loli Albero Gil
Pablo llegó a Pamplona creyendo encontrarse con la ciudad gris que le habían contado. Pero eran Sanfermines y lo que vio fue una urbe entusiasta, con una sonrisa de oreja a oreja, tan blanca que parecía un mar níveo, moteado por guindas, por la que se colaban propios y extraños, hasta el alma misma de las fiestas. Deslumbrado, asistía también a un sentimiento nunca vivido con el frenesí que le estaba causando Amaya, la navarrica de la que no se despegaba un instante, salvo para correr el encierro y luego abrazarla con la sensación de un héroe. «Si te pasa algo, me muero» -decía ella. Y él temblaba de felicidad, de una emoción apenas soportable. Bebían, cantaban, bailaban al ritmo de los conciertos, se besaban, compraban boletos en la Tómbola y baratijas en los puestos de «La Taconera». Todo parecía perfecto hasta que un viejecillo pasó por su lado y, aun sin apuntarles, recriminó, a viva voz, que los Sanfermines fueran la bacanal que eran, sin que nadie reparara en la figura e historia del santo homenajeado, preguntándose si lo que él quisiera, indignado, sería ponerles a todos el chupinazo en el culo, el mismo con el que una ruidosa turba comienza su fiesta.
RETAZOS DE UNA VIDA
Raquel Gutiérrez García
No supimos quien lo pintó, pero la letra era de mi padre.
Sobre un fondo de color indefinido, un aire denso dejaba caer un libro abierto con la fotografía familiar que tantas veces habíamos visto: mis padres en el centro, mi hermano pequeño en el regazo de mi madre y los otros cuatros hijos a ambos lados. Sobre la esquina superior colgaban de una cinta roja, dos zapatillas blancas con la suela de esparto. A su derecha flotaba un fajín rojo con la frase: “Retazos de una vida” y sobre ella, el aire balanceaba un pañuelo de seda rojo con cuatro mozos corriendo delante de seis toros y un cartel: “7 de Julio”
Al descubrirlo, recordamos que mi padre y sus amigos iban a Pamplona cada siete de julio. Volvía con cinco fajines rojos, cinco pañuelicos se seda también roja y cinco zapatillitas que al año siguiente eran más grandes. Sabíamos que era socio de una peña pero nunca supimos su nombre, tampoco si corría los encierros, pero la letra y la vida reflejadas en cuadro, con toda certeza, era suyas.
En tan poco espacio se puede decir tan poca cosa…
En fin, me alegro de que, al menos, nos los hayan publicado.