PONER LA LAVADORA TAMBIÉN ES TRADICIÓN
Amaya Jareño Erro
El 3 de julio después del último examen de la universidad buscó su ropa blanca y los complementos rojos del rincón más inhóspito de su armario y se la probó con una amplia sonrisa pensando que el día estaba próximo. Por primera vez en mucho tiempo puso la lavadora con alegría, y no refunfuñó cuando el pitido de ésta, dos horas después, le indicaba que tocaba tender la ropa.
El 4 y 5 de julio compró aquello que le faltaba. Algunos quilos de más o algunas manchas moradas sobre el blanco algo amarillento, hacían que esa ropa fuera inservible. Las calles ya estaban abarrotadas y las tiendas desbordas. Le vino bien que fueran rebajas, así por menos dinero pudo reponer su vestuario.
La noche del 5 al 6 no durmió bien, los nervios no se lo permitían. Fallo, el sueño es algo que le iba a faltar los próximos días. Su mente recordaba el último pronóstico del tiempo “que no llueva en el chupinazo por Dios” pensó. Mal cristiano que solo se acuerda de Dios en esas ocasiones.
De pronto fue 15 de julio, con alguna laguna volvió a poner la lavadora, esta vez fue con tristeza y resignación, toca esperar otro año.
UN DOLOR INCIERTO
Felix Senis Diez
Abrió los ojos lentamente para habituarlos a la luz de la mañana. Sin tenerlos plenamente abiertos fue recorriendo, después, todos los rincones de la habitación. Junto a la cama, sobre una silla, colgaba su ropa de fiesta, blanquísima y recién planchada, como sólo sabe hacerlo una madre,. Fuera, desde la calle, la música reiterativa y conocida de una charanga hacía vibrar los cristales de la ventana. Se miró, a continuación, en el espejo del armario y le alarmó su desnudez: «joder, pensó, la cogorza de anoche fue de órdago». Se fijó, entonces, en el collar de morados «chupetones» que adornaba su cuello y en sus labios tumefactos; los recorrió con la lengua para humedecerlos y sonrió, ahora sí, al recordar el sabor dulzón de aquel último beso.
¡Toc! ¡Toc . ¿Llamaban a la puerta?. .
-¡Hola Fermín: vístete nos esperan!.
-¡Pero tú…tu quien coño eres!.
-¿No me reconoces?. Me has llamado esta mañana.
Dirigió la vista nuevamente hacia la silla; vio el desgarro en la camisa y no supo discernir, con claridad, si aquel dolor incierto llegaba desde el fondo de la herida o desde el desubicado lugar desde el que su recobrada conciencia le trajo los sucesos de aquel día.
EL SOBRESALTO
Sergio Generelo Tresaco
El corazón le dio un vuelco cuando, tras aquel absurdo tropiezo, lo vio caer bruscamente sobre el suelo, rodando por entre el asfalto, tapándose con los codos su cabeza y con la punta de las astas apenas a unos centímetros de su espalda. Ella, en un repentino reflejo, se llevó el rojo pañuelo anudado al cuello hacia su boca y apenas pudo contener, mordiéndolo fuertemente, un angustiado chillido de horror. El pánico hizo estremecer sus rodillas, le temblaron las manos y un escalofrío helado le recorrió el cuerpo desde los pies hasta la nuca. De inmediato sintió el impulso de correr hacia allá abalanzándose sobre él para abrazarlo, protegerlo y comprobar si había sufrido algún daño…
Pero no lo hizo. A fin de cuentas, un pequeño susto de Carlitos con el carretón del encierro chiqui no era para tanto.