¿SUPERSTIQUÉ…?
Franz Kelle
Suena la alarma. Hoy no duele madrugar.
Estiramientos. Ducha fría. Café con magdalenas.
Me ato las zapatillas. Las de los encierros, por supuesto. Rompo el cordón izquierdo al tirar de él, ya es mala suerte. Hago un empalme y milagrosamente apaño los dos nudos preceptivos.
Me santiguo en el ascensor. Cinco veces. Una por cada generación de corredores Iriarte. Parada en el tercero, entra la morenita de los Azcona. Ya no sé cuántas cruces llevaba hechas. Por si acaso, empiezo de cero. Ella me mira de reojo.
—¡No me jodas! ¡Si ya se lo reservabais a mi bisabuelo!
Al quiosquero se le ha agotado el Diario de Navarra.
¿Otro quiosco? ¡Ni hablar!
¿Puede un Iriarte correr con otro periódico? Habrá que intentarlo.
Alcanzo la Cuesta de Santo Domingo. La foto del abuelo cuando era mozo blandiendo el Diario de Navarra enrollado: no logro apartarla de mi cabeza. Ni siquiera estoy seguro ya de haber salido de la cama con la pierna derecha.
Miro alrededor, ante todo no debe verme huyendo ningún conocido. Sigo el encierro por la tele de un bar. No hay cogidas porque no he corrido. Así de claro. La regla de oro consiste en tener en cuenta las señales.
O VALES… O NO
Diego Maya Calvo
¿En serio te vas a comer eso? No te sientes ahí, mira cómo está, que además vas de blanco. ¿Vas a bailar con ese? Pero no bebas de lo que te ofrece cualquiera. ¿No crees que ya es suficiente? No se les entiende nada, ¿de dónde son? ¿De aquí? ¿Por qué hacen eso? No le veo la gracia. ¡Que no quiero, déjame ya con la trompetita! ¡Déjame, anda, déjame! Pero si lo acaba de sacar de un cubo de fregona. ¿Polvorones y garbanzos? ¿En julio? ¿A las ocho de la tarde? Creo que deberíamos echarnos un rato. ¿Cómo pueden tener a los niños aquí, con todo este jaleo?
¿Cómo que te vas? ¿Adónde? ¿Con quién? ¡No, mira, me voy yo! Me vuelvo al hotel. ¡Si toda esta gente me
EL AMIGO DE NICO
Rosario María Muro Magaña
Corrió despavorido intentando escapar del cabezudo con cara de vinagre. Atravesó la plaza entre el gentío, ensordecido por el sonido de las charangas, buscando un escondite. Al ver el portalón entró sin pensar. El silencio le paralizó un instante, pero enseguida decidió que aquel lugar le gustaba.
Se acercó a un banco y se sentó. El tintineo de las velas le mantuvo entretenido un rato. Entonces le vió. Tenía la tez morena, sonrisa cercana y mirada chispeante. Le guiñó un ojo. A él le dio la risa y se tapó la boca intentando ocultar que le faltaba un diente.
– Hola Nico. Hacía mucho que no venías por aquí.
Abrió los ojos como platos al escuchar su nombre. Se puso tan nervioso que le entraron ganas de hacer pipí.
– No temas, pequeño. Tus padres vinieron a verme cuando naciste. Es normal que no me recuerdes.
Nico se puso colorado, balbuceó algo y salió corriendo atolondradamente empujando a su paso un atril que cayó al suelo con estruendo. El moreno soltó una carcajada.
Se abrió de nuevo la puerta y entró un grupo de turistas. Él se ajustó la mitra y recompuso el gesto estático. Pero sus ojos divertidos seguían chispeando.