VI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


DESPERTAR

Celia María García Polo

El sol asoma sin ganas por encima del horizonte, el aire fresco de la mañana despeja los ojos del sopor, el clamor aumenta.

De entre la calma matutina empiezan a surgir las voces, susurros contenidos que se convierten lentamente en fuertes gritos de guerra recuerdo de los ancestros de estas tierras.

La vigorosa naturaleza que estos campos otorgaron a sus gentes desde tiempos remotos pugna por salir a la luz, aunque solo sea por unos dias, en esta época gris y anodina que anula la identidad de los hombres.

Olor a pólvora. La polvora que no mata, la que libera el espíritu de un pueblo y atrae a los que la sienten a unirse en un ritual sagrado con sus congéneres y con su entorno.

El santo los ampara a todos por igual tal como lo hicieron los antiguos dioses antes que él. La tensión aumenta en los músculos y los corazones, el estruendo.

Se acerca el momento de la verdad. La perfecta comunión entre el pasado y el presente que confluyen en el interior del que hoy se siente libre de ser tal como su naturaleza le dicta sin el yugo que tras el «Pobre de mi» de nuevo se le impondrá.

SED

Fernando Gracia Ortuño

Puedo verlos agitarse y saltar desde la rendija de la valla. Se han hecho cruces bajo una hornacina y luego ha sonado una explosión. En cuando han abierto todos hemos salido en estampida tras de ellos. Las primeras calles no estaban tan confluidas, pero a partir de una curva el sonido y la agitación se han multiplicado. Alguno de mis compañeros se ha puesto nervioso cuando les sacudían el lomo con sus periódicos y esto ha incrementado la velocidad, otro se ha caído contra los tablones y unas luces instantáneas nos han deslumbrado en medio de todo el griterío. Hay gente por todas partes. En mi vida solariega en la dehesa había vista tanto bullicio. Es todo tan novedoso y divertido. Algunos bípedos vocingleros beben de unas jarras macizas y transparentes, mientras otros se precipitan, festejan y ríen alborotadoramente, Los más van vestidos de blanco y rojo con un envoltorio en la cabeza mientras se lanzan como locos en pos y delante de nosotros. Nos persiguen, los perseguimos, nadie sabría decirlo. Al final del recorrido, al entrar a trancas y barrancas en una inmensa plaza arenosa, han empezado los lances alrededor. Gritos, exclamaciones. Mugía fuerte, pero nadie abrevaba, sino de esas extrañas jarras relucientes.

HUMO

Raúl Clavero Blázquez

Durante años fui parte de ellos. De los que corren. De los que viven. A los fotógrafos les fascinaba mi estampa: un cigarrillo colgando perpetuo de mis labios, envuelto en volutas de humo a las que siempre dejaba atrás. Después las piernas y los pulmones comenzaron a fallarme. Ya no era más rápido que el humo.

Me hipotequé hasta las cejas para comprar esta casa con vistas a Mercaderes. Pensé que así seguiría participando de algún modo en los Sanfermines, pero lo que no sospechaba es que este tipo de encierro esconde cornadas más peligrosas que las de los Miuras.

Me asomo a la ventana, es ocho de julio. Sonrío, es imposible que ningún camión pueda atravesar ese manto de personas que borbotea nervioso a mis pies. Casi puedo oler su excitación. Me pregunto si ellos también pueden notar mi olor a gasolina.

Aún tirita en mi mano la orden de desahucio. La enrollo como si fuera un periódico y la prendo con el cigarrillo que perpetuo cuelga de mis labios. El suelo vibra. Comienza la carrera. En unos minutos, cuando los mozos entren en la plaza y se abracen satisfechos de sobrevivir un día más, a mí ya me habrá derrotado el humo.