TARDE DE SANFERMINES
Francisco Joaquín Cortés García
(A Hemingway)
Una tarde del 59, en el hotel La Perla de la plaza del Castillo:
–Un toro es topológicamente equivalente a una mujer –dijo Hemingway.
–Fenomenológicamente, un toro es una corriente de aire – contradijo Arthur Miller.
ERA UN 8 DE JULIO CUANDO LA VÍ…
Sonia Navascués Belvis
Era un 8 de Julio cuando la ví……Así empieza la gran historia de amor de mi vida.
Como todos los 5 de julio , después de 365 días de larga espera, tocaba sacar la ropa blanca , la fajica y el pañuelico rojo. Llegaban 9 días de disfrutar, compartir y abrir el corazón a nuevas experiencias. Algo diferente me esperaba aquel año , algo especial e increible como la misma fiesta. Quizá la magia de los colores tuvieron algo que ver. Pero en medio de la alegria por los encuentros inesperados, las risas, las luces, la música,….apareció ella, con sus grandes ojos negros y su fresca sonrisa.Ella , y siempre ella. Hemos compartido almuercicos, encierros, procesión, conciertos….y la vida nos ha llevado a cambiar las corridas por ver las mulillas ,las largas veladas en las peñas por las emocionantes rondas con la comparsa de gigantes y kilikis, todo ello acompañados siempre de dos pequeños san fermineros, que año tras año cantan, a San fermín pedimos….y no solo pedimos sino que agradecemos todo lo que la fiesta nos ha dado y nos da.¡Viva San Fermín!. Gora San fermín!
SANFERMINES DEL 78
Txema Sexmilo Ayesa
Mi tío era fundamentalmente despistado, un hombre bueno, un buen tipo. Pero en aquellos sanfermines le engañó a la familia para disfrutar de su pasión: los toros. Y es que el sábado día 8 toreaba su ídolo, Dámaso Gonzalez. Damáso para los amigos.
El caso es que puso la excusa de una reunión de trabajo, dejó a la familia en la playa (en Salou, claro) y se vino a Pamplona. Pero ya para el tercer morlaco estaba aburrido. Los toros de Alonso Moreno eran infames y los toreros no acompañaban, así que cuando Antonio José Galán despidió al quinto, mi tío recogió los bártulos y se fue para su casa de Abejeras, porque al día siguiente tenía que volver a la playa.
Llegó a casa, cenó poco y tomó la pastilla para dormir. Y así, por la mañana temprano, enfiló la avenida de Zaragoza en su coche negro destino Salou. No compró periódico ni oyó la radio en el viaje; tan sólo escuchó música, su otra pasión.
A las diez llegaba a la urbanización. Y todos, familia, amigos y vecinos estaban esperándole en la puerta con cara de circunstancias. “¿Qué ha pasado en Pamplona?”. Y mi tío, que era fundamentalmente despistado, contestó: “Nada. Pues?”