TEORÍA Y PRÁCTICA DEL ENCIERRO
Esteban Torres Sagra
Me sé de memoria el catecismo del corredor. Tengo fotos de “divinos” dedicadas forrando mi armario. He enrollado mil periódicos hasta conseguir el cilindro de papel perfecto. Cada mañana antes de ir al trabajo ensayo en la salita el “A san Fermín pedimos…”, tres veces en euskera y otras tres en castellano. He planchado mis siete pañolicos rojos, los pantalones y la camiseta blancos y están dispuestos sobre la cama del dormitorio, para que no se arruguen, desde el uno de enero, el dos de febrero o el tres de marzo. Hay que elegir tramo a conciencia y visualizar dónde se arranca a correr y dónde se apea uno. He visto los vídeos del año pasado en cámara súper lenta y he analizado los fallos más comunes. Conozco a todos los miembros de Cruz Roja por sus nombres. A los médicos, además, por su primer apellido. ¡Por fin siete de julio!. Las ocho menos cinco en mi reloj cuando aparece Txomin. Nos saludamos como si fuese la última o la primera vez que nos vemos. Sólo nos falta decidir si este año volvemos a correr los encierros desde el balcón de su casa, en Santo Domingo, o desde la mía, en Estafeta.
GRAN FIESTA.
Maribel Palomino Rumin
Yo quiero intentar recordar lo maravilloso que fue para mí asistir a ese GRAN FESTEJO:
Más o menos transcurrió allá por al año 1990. Y sucedió que estaba de vacaciones con la família. Donde normalmente pasábamos el verano. Un pueblecito muy pequeño de la provincia de BURGOS. Concretamente cerquita de ARANDA DE DUERO.
Cuando andábamos por esos parajes. Mis padres solían celebrar muchas fiestas familiares. Incluso simplemente se reunían con muchos amigos para festejar cualquier evento. Todo era servible para realizar una gran fiesta.
Recuerdo grandes comilonas en las llamadas BODEGAS del pueblo. Allí se cocinaba, se comía, se bebía……..
Y después de lograr tener el estómago lleno. Los adultos decidían seguir festejando. Y un año se les ocurrió la brillante idea de irnos todos a PAMPLONA.
Yo jamás había estado en ese lugar. Me quedé prendada de ver cuanta gente desconocida, te podía arropar. Cuanta gente era dada a recibirte cordialmente y con entusiasmo.
Me encantó vivir en mis entrañas esa sensación de amistad, de familiaridad, de gran carisma. Una gente espectacular. Al menos según viví yo en aquélla época.
Todo el mundo te ofrecía los mejores manjares. Para que te sintieras a gusto y bien recibido. GRACIAS SAN FERMÍN.
¡CLARO QUE SE PUEDE!
Alba Alcaraz Garcia
Nos atrevimos a comprobar por nuestra cuenta qué eran en realidad las fiestas de San Fermín.
Bus y sin hospedaje, con tal de vivir por un par de días eso de lo que tanto hablaban: mochileros en Pamplona. Qué bella ciudad, regalándonos historia, gastronomía, calles repletas de gente con ansias de seguir divirtiéndose, absorviendo cada escena tan internacional. Ya éramos parte de todo aquello.
Tras una larga noche entre bares, ambiente cargado de extranjeros y una locura indescriptible, limpiaron las calles, intentando borrar lo que allí había pasado, habilitando la zona para el encierro. Entre frío y sueño guardamos un lugar para verlo. Al aglomerarse la gente, cantar y preludiar los nervios, la emoción invadió nuestros rostros. Fugaz pero muy intenso. Luego, paseamos por ese recorrido, por donde habían desfilado los toros tan imponentes. Admirando la valentía de los corredores, conformándonos con haber sido espectadores de algo soñado y verdaderamente satisfechos.
Momento de un merecido reposo, sin remordimientos, dormimos en un parque, como centenares de personas, dando la imagen de un campo de batalla derrotado. El instinto de supervivencia es mayor que cualquier comodidad o prejuicio. Y dijimos adiós, esperando, como no, poder volver otro año.