VI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


UN DÍA CUALQUIERA

Maider Lekunberri Zunzarren

Un hombre, digamosle X, se levanta un día y sus pasos no son los de siempre. Pongamos que es de Pamplona, pongamos que es un seis de Julio. Pongamos que el hombre X es un hombre estable, responsable, cuya vida pasa tranquilamente.

Pero ese día todas las leyes cambian. Un cosquilleo le invade por todo el cuerpo, y como una inyección de adrenalina le hace moverse, retorcerse y sacudir esos hastíos que día a día se han convertido en sus compañeros.

El hombre digamos X cumple con todos los rituales, almuerza, celebra el cohete, baila…Digamos que el cosquilleo le convierte en un hombre Y. Este hombre Y saluda a todo el mundo, incluso a los que de normal apenas mira, se emborracha y canta como si no tuviese cuerdas vocales.

Ese día no se siente juzgado, ese seis de Julio no es jefe de departamento ni tiene que representar ningún papel. Sabe que a las ocho de la mañana se jugará la vida. Sólo por una vez.

Sabe que mañana tal vez se arrepentirá y que tardará unos días en recuperarse…pero mejor no pensarlo, aún quedan ocho días y la Adrenalina ahí sigue.

CENIZAS

Ana Jiménez Marco

Esperaba a que sonase el cohete y empezara de verdad la carrera, aunque ya había movimiento abajo. Se acordó de lo que él le había contado tantas veces, intentando sin éxito transmitírsela, la emoción de escuchar ese ruido, incluso las veces en que no había podido correr y se comía las uñas frente al televisor, la estúpida alegría que le daba oírlo unos segundos antes de que sonara en antena. Allí en Madrid no pasaba. Miró a la pareja de extranjeros a su lado, muy cerca, le iba a ser difícil arrojarlas a escondidas, o decir unas palabras de despedida, aunque fuera para sí misma. Y enfrente, una cámara de televisión. Tenía la urna apretada contra el pecho. Pum. Una lagrimilla se le escapó, a pesar del miedo y de la solemnidad. La gente corría y entonces vio que doblaban la esquina, todo pasó tan rápido, mientras la abría y tímidamente inclinaba pudo escuchar los jadeos, los gritos, el retumbar de sus pezuñas, pasaron limpiamente bajo el balcón y nadie pareció darse cuenta de que él había volado y se había posado sobre todos ellos.

A RITMO DE SKA

Hegoi Murua Pérez

La noche en la que se cumplieron mis sueños fue la primera vez que acudí a las fiestas de San Fermín. Bailaba con mis compañeros de fatigas en la Plaza de los Fueros a ritmo de Ska, mientras tarareaba el estribillo de una canción. En mitad de los empujones, propiciados por la emoción y la pegadiza música, choqué con alguien. La agarré antes de cayera entre la multitud. La tenía sujeta de la cintura. Me paralicé por completo. Era ella. La chica de los conciertos. Aquella a la que tantas veces había visto y con la que nunca me había atrevido a hablar. Aquella que desde hacía dos años no me dejaba pensar en nada más. Con su melena negra, peinada a la perfección a pesar del barullo. Y sus ojos marrones con el rímel algo corrido. Los labios morados, tintados por el kalimotxo. Reía a carcajadas mientras se incorporaba y agarraba mis manos para bailar al son que gritaba sin pudor alguno la letra de la canción. Y continuamos un baile que todavía no ha terminado.