BOB ESPONJA
Diego De La Fuente Alcocer
La gente se reía de mí. Yo intentaba ocultar mi cara pero el saco de dormir era pequeño y solo me llegaba hasta el pecho. Eran las once y media de la mañana, el día estaba nublado y la ciudad se comportaba con normalidad, unos iban, otros venían y algunos llevaban barras de pan bajo el brazo o un periódico, y yo estaba allí tirado, en medio de una glorieta, afeándolo todo. Sentí vergüenza y comprendí que me sería imposible dormir mientras mi saco rosa de Bob Esponja siguiera atrayendo todas las miradas. Me levanté y caminé hasta el ayuntamiento. Allí encontré a cientos de propietarios de sacos rosas que al igual que yo tampoco habían pegado ojo. Nos abrazamos, nos empujamos y le gritamos aquello de ¡Rubia, coqueta, enséñanos las tetas! a una pija que nos miraba desde uno de los balcones. Alguien dijo, ha llegado el momento, y el chupinazo salió disparado hacia arriba y al chocar contra el cielo empezó a llover vino y sidra y coca cola light y la rubia coqueta volvió a sonreír.
SINFONÍA DE ZANCADAS Y PEZUÑAS SOBRE LA PIEDRA
Miguel Santos Caballero
Cae una ligera lluvia sobre la ciudad, pintándola de un color grisáceo. Hoy se han retrasado. El recorrido desde los corralillos de Santo Domingo hasta aquí, se cubre en pocos minutos. Posiblemente algún toro se haya dispersado de la manada y esté desorientado, arremetiendo a unos y otros, sin saber muy bien qué hacer, pero los pastores junto a los mozos lo llevará junto a sus hermanos. ¡Ya, ya se les ve venir! Han girado por la calle Mercaderes y les espero con los brazos abiertos. Zapatillas y pezuñas al unísono me acarician, zancada a zancada, van tocando el empedrado que cubre mi piel y observo atentamente el devenir de la carrera, siento como mío los gritos de los mozos, sus jadeos, sus risas, cuando acompañan a toros y cabestros dentro de mí. Desde los vallados de madera que se hunden en mi interior, oigo las voces de ánimo que turistas, mozos y visitantes transmiten a los participantes. Ya atraviesan el tramo de Telefónica para desembocar en el callejón de la plaza de toros. Cada encierro es como si fuera el primero, desde mi nacimiento he convivido con los festejos y la tradición, pero sé que no sería nada sin la Fiesta.
AL DESPUNTAR EL ALBA, DE FRAN J. MARBER. WWW.FRANJMARBER.COM
Francisco Javier Martinez Bernal
Apenas ha despuntado el alba y, junto a la brisa fresca que se cuela por la ventana, ya se escucha un ligero murmullo de mozos ansiosos que con paso firme se dirigen al encierro. Los nervios a veces se presentan de la forma más inesperada: como unas mariposillas que revolotean por el estómago de un enamorado, como un puño cerrado que aprieta tu garganta o como una sonrisa boba que pinta un gesto feliz en tu rostro. A mí me ocurre esto último mientras anudo en mi cuello un pañuelo rojo sobre una camisa blanca, que una repentina felicidad me embarga porque sé que ha llegado el momento, hoy es ese día del año tan esperado: San Fermín. Entonces salgo a la calle y me dejo llevar por una marea humana que fluye en un único sentido y cuyo destino final me conducirá hasta calles vayadas y largas carreras que ayuden a encerrar a varios dioses astrales de una constelación llamada Tauro. Es curioso, pero por unos segundos simples mortales seremos capaces de dominarlos con tan solo unas manos limpias y dos ágiles piernas. Entonces, hombre y toro se convertirán en una sola cosa, en un sentimiento puro que solamente podrás vivir en Pamplona.