VII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


6 DE JULIO

Miren Valencia Ran

Faltan pocas horas para el día más esperado. Nerviosa me visto de blanco, coloco la faja en mi cintura y enrollo el pañuelo en mi muñeca. Llamo a una amiga y me concreta que el almuerzo será en la calle Descalzos así que salgo de mi casa emocionada al pensar en este nuevo 6 de Julio. Me junto a la koadrilla y llenamos nuestros estómagos con ricas magras con jamón, huevos y patatas. Entre una y otra cerveza proponemos planes sin parar: pelota, toros, conciertos, gigantes, comidas ¿Aguantaremos? Charlamos y reímos hasta que somos conscientes que el tiempo apura, es casi la hora de ir hacia la plaza del Ayuntamiento. Encontramos de camino guiris con la ropa manchada, pelotas gigantes que pasan de unas a otros y gente que corea sin parar “San Fermín, San Fermín”. Colocadas en un punto estratégico, alzamos el pañuelo y sentimos las esperadas palabras: “pamploneses, pamplonesas viva San Fermín, Gora San Fermin”. Un gran entusiasmo se mezcla con besos, abrazos y champán. ¿Qué nos depararán estas fiestas? La verdad es que no tengo ni idea pero estoy lista para vivirlas. GORA SANFERMIN!! 

ESCONDIDO

Teresa Fernández Echeverría

Era el momento del año más deseado para él. Las agujas del reloj parecían ir más lentas de lo normal, pero los días en aquel calendario invisible hacían más cercana la llegada del santo. Siempre con su cartón al lado, observaba a la gente caminar, no se le escapaba ninguna mirada, ni siquiera las que recibía cubiertas de desprecio. Esperar era su filosofía de vida. Nunca nadie se dio cuenta de que aquel hombre, de tez morena y mirada triste siempre permanecía en aquella esquina, incluso cuando sonaba el cohete a las 8 de la mañana durante aquellos días en los que la gente iba disfrazada de blanco y rojo y corrían como locos delante de unos animales, que para él nunca llegaron a ser peligrosos. Incluso cuando los niños derramaban las lágrimas y dejaban los chupetes al rey africano, incluso cuando los más jóvenes derrochaban alegría siguiendo a las peñas al terminar cada corrida de toros e incluso cuando la pamplonesa despertaba al compás de aquellas melodías matutinas a todos los pamploneses. Era capaz de abandonar el cartón, y vivir los minutos como si fueran horas, haciendo del rojo su color y de los Sanfermines su motivo para luchar por su vida.
 

EL ESPEJO DE LAS PALABRAS

Manuel Fernández De La Cueva Villalba

Amanece en Pamplona. La vida parece quieta mientras el silencio y el ruido conviven equivocados. Miles de palabras y de sinceros sentimientos se mezclan en el río blanco y rojo que cruza la ciudad. Dentro de unos minutos, cuando el silencioso reloj se pare a las ocho en punto, ya nada permanecerá igual.
La calma noble de seis toros bravos llenará de brío y de pasión el alma de la ciudad. Las palabras serán el espejo fiel de la belleza, del amor y de la pasión de los corredores. Durante un puñado de minutos la ilusión, la incertidumbre y la emoción pisarán el albero humano de las personas que tratan la vida con respeto, con arte y devoción. En estos momentos, en los que los colores caminan silenciosos y hablan callados, las palabras son el espejo donde se baña el alma de quien siente por esta fiesta una inexplicable razón de predilección.
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