¡VIVA SAN FERMÍN!
Inmaculada Manresa Elson
La ropa teñida de calimocho, la piel rosa, el bolsillo lleno de pasta…¡vivan los guiris!.
Les contamos que aquí todo sigue igual: la diversión está asegurada…¡es tradición mundial! ¡Vamos! : litros de alcohol, kilos de drogas, encierros diarios….todos los días, ¡vamos, venid!, aquí está el reducto mundial, no importa cómo duerman los vecinos, todos ganarán algo de tu dinero y estarán felices con tu visita: los hosteleros, los políticos, los ganaderos, los feriantes y los toros, ¡por supuesto!
En el resto de Europa ya se prohibió pero aquí ¡las cosas no cambian!, vírgenes para vosotros, veréis cómo corren asustados por las calles y si alguno se pierde del grupo veréis cómo el miedo mayor los hace aún más peligroso, podéis gritar, golpearlos, correr con ellos, lo que queráis, ¡son para vosotros ! (porque tenéis pasta,,,jajaja) .
Y por al tarde una famosa corrida de toros, ¡ole! y si habéis bebido poco como para soportarlo no os preocupéis….la plaza estará llena de peñas con cubos llenos de alcohol y tocarán sin parar las charangas envolviendo el ambiente de fiesta….de la típica fiesta española del siglo pasado.
EL SILENCIO EN SANFERMINES
Ana García López
Voy a atreverme a decir que nuestras fiestas son un lujo. Lujo en el sentido de escaso, de fenómeno raro de experimentar, de rara avis. Habrá otros lugares, otros rincones en el mundo donde durante unos días se dé el extraño caso de que se rompan las barreras entre uno mismo y los demás. De repente somos todos casi miembros de una misma familia. Parece increíble, ¿no? Y quizá también un poco exagerado. Vale. Pero quien conoce los sanfermines, lo sabe. Nosotros, los de entonces, ya, ni somos los mismos, ni lo pretendemos… ¡el resto del año! Durante unos días nuestra memoria nos juega una buena pasada y se nos olvida.
Hay un ingrediente de la fiesta que es siempre muy evocador: la música. Los sonidos de la fiesta, antiguos y nuevos. Y, sin embargo, el silencio en sanfermines también existe. Un silencio repleto de gente. Un silencio solemne y hermoso. “Se oyó a San Fermín llorar…”, canta entonces ella, con esa preciosa voz. Luego la procesión sigue, y yo, sin palabras aún, intento recomponerme poco a poco tras mis gafas de sol.
SENSACIONES
Mar Suárez Sanabria
Pequeñas carreras. Flexiones. Estiramientos.
Nervios. Concentración. Y miedo, respeto y miedo.
San Fermín. San Fermín. San Fermín.
Viva. Gora.
El cohete. La manada de gran alzada y la carrera que comienza.
Una ola de blanco y rojo, no, un mar, un mar de valientes, divinos y no tan divinos, sensatos, inconscientes (dice mi madre), atrevidos y cobardes que olvidaron que eran cobardes.
Suspiros. Silencios. Gritos. Aplausos y gritos de los que estamos al otro lado, detrás de la valla, de la segura, en el sofá de casa o en la taberna de la esquina. Pero seguros. Sin despegarnos del televisor o de la radio, porque estos ocho días el jefe no dice nada.
Son tres o cuatro o más minutos de tensión y de respeto, respeto al toro que pone a cada uno en su lugar.
Yo el año que viene tendré dieciséis años. Y estaré ahí, al otro lado, en el lado de los que no contienen la respiración.
Y mi madre dirá que soy un alocado, pero me planchará el pantalón blanco, la camisa blanca y el pañuelico rojo. Y le pedirá al Santo que me cubra con su capote.