VII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


LOS INMACULADOS

Cristina Sádaba Elizondo

El ritmo de la turuta de Piperrak va alternado en mi cabeza con la solemnidad del Vals de Astráin. Necesito un chute de melodías mientras me visto, mientras ejecuto el rito, a solas, como siempre, que me llevará a comenzar impoluto mi tramo. Empieza otra jornada. Y ya van cinco.

Espero que las aglomeraciones, los montones y las sombras afiladas, que alguna vez me han hecho perder pie, hoy me respeten… porque soy un peón más, otro personaje de esta atolondrada farsa en la que más que colocarnos una careta, todos nos arrancamos la que nos limita a diario.

La hora se acerca, me aferro a mi herramienta, un sudor leve ya me ha reblandecido los callos. Empuño la escoba, arrastro el carrito. Algunos me llamarán “técnico en nosequépalabras larguísimas”. Barrendero, es como yo a mí me llamo.
 

DÍAS SEÑALADOS

Rakel Eguíllor Urtiaga

Salió del bar con la canción “1 de enero” sonando de fondo… Era momento de retirarse a casa. Entró en el portal, el número 2 de la calle Febrero. Al día siguiente le esperaba un día muy largo. Encendió el ordenador, metió la contraseña (3demarzo) y revisó, como venía haciendo en la última semana cinco veces al día, el pronóstico del tiempo.
Miró a través de la rendija de la puerta a su hija Oihane, que nació el 4 de abril de 2013. Este año le tocaba despojarse de alguno de sus chupetes y aprovechar los paseos de Joshemiguelerico por la ciudad para dárselos a él.
Seguidamente se sentó en el sofá y dio las últimas puntadas al escudo que empezó a bordar en su pañuelico rojo allá por el 5 de mayo, tal y como le enseñó su abuela.
Una vez terminado, lo colocó junto al resto de indumentaria sanferminera. Esta vez sacó también el delantal, ya que como manda la tradición en su cuadrilla, el más tarde en llegar a la cena del último escalón, el 6 de junio, se le adjudica el galardón de preparar el almuerzo antes del Txupinazo. ¡Ya falta menos, 7 de julio San Fermín! 

MUERTE DEL ALCALDE

Ernesto Maruri álber

Mi padre me bajó de sus hombros y me dejó de pie frente al Alcalde.
Era el cabezudo que más miedo me daba por ser el único que movía los ojos.
Me miró fijamente levantando un bastón.
-¡Papá, que me pega!
Mi padre lo miró con los ojos muy abiertos: parecía que se le iban a salir como dos globitos alargados a punto de explotar.
El Alcalde miró hacia arriba, puso los ojos en blanco y cayó de bruces.
Le sacaron un señor de las tripas y lo tumbaron al lado del Alcalde.
“¡Es un mareo”, gritó alguien. Una señora le abanicaba. Mientras, el Alcalde seguía muy quieto, ¿muerto?
Mi padre me agarró de la mano y nos marchamos.
-Papá, ¿le has tirado tú?
-Claro, poniéndole mirada de asesino. Nunca falla.
-¿Qué es un asesino?
-Uno muy malo que mata.
Al llegar a casa, dije a mi madre que papá había matado al Alcalde por mi culpa y que ahora tenía miedo de él.
Discutieron. Después, papá me dijo que su mirada no había tirado al alcalde, que fue casualidad.
Qué alivio, ni mi padre era malo, ni yo culpable, ni el Alcalde estaba muerto.
Qué pena: mi padre no tenía superpoderes… ¿o sí?