VII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


EL BRAZO SALVADOR

Antonio Rodríguez Solís

Son las ocho, un cohete hiere el frescor agonizante de la mañana. Excitadas figuras en blanco y rojo aguardan poseídas por la adrenalina que bombea su agitado corazón. Es mi segundo encierro, el año pasado fui poco más que un fugaz aprendiz que solo pudo poner a prueba su suerte unos cuantos metros. Pero esta vez vengo dispuesto a apurar la carrera, a sentir la amenazante cercanía del asta. Todo va bien hasta que, de pronto, un resbalón y ahí estoy, tirado en el suelo a merced de los morlacos. Siento cómo algo presiona apenas un segundo mis costillas hasta casi cortarme la respiración. Una mano sin rostro surge de la talanquera, me agarra de la ajada camisa y tira de mí con fuerza. Antes de estar a salvo por completo, siento otro pisotón en el muslo. Un par de radiografías, magulladuras, calmantes y reposo.
Un mes después, las dos de la tarde dejan sentir su tórrida presencia en una playa del sur. En la terraza, el camarero escancia el vino exhibiendo su inconfundible tatuaje. Es él, el brazo salvador que surgió del abigarrado tumulto para volver a perderse en él. No puedo evitar abrazarle.
 

DE NOMBRE, TXUPINAZO

Fernando Astrain Abadia

Tras el ajetreo del largo viaje, llegó una calma tensa al notar que el trasportín donde íbamos hacinados, quedaba definitivamente en reposo. Tras la espera en la oscuridad más profunda, la tapa de la caja de madera se abrió y, al momento, una acariciante mano me eligió a mí entre el resto de hermanos.

El ambiente de aquel salón tan señorial era espectacular. Las miradas del nutrido grupo de hombres y mujeres que allí aguardaban impávidos, todos ellos de blanco, se dirigieron a mí durante el corto trayecto que me condujo hasta una balconada en la que se encontraba la lanzadera donde, con esmerado cuidado, fui acomodado.

La luminosidad del sol no me cegó ni un solo instante, lo que me dio lugar a poder observar con detenimiento desde aquel lugar privilegiado, una balsa color rojo, de agitado oleaje que producía bramidos expectantes.

Por un instante, el sonido inarticulado fue degradándose, dando paso a una voz potente, de mensaje breve, que culminaba con afectiva exclamación:

– ¡¡¡ VIVA SAN FERMÍN !!!. ¡¡¡ GORA SAN FERMÍN !!!

Sabía que llegaba el momento. Una bengala se arrimó a mí y cerrando los ojos comencé el fulgurante y esperado despegue para alegría y entusiasmo del mundo entero.
 

LA NOCHE MÁS LARGA

Ana Pineda Abel De La Cruz

Peña Oberena, 7 de julio. 0.00 h.

— Hola, soy Javier ¿y tú?
— Silvia.

Dos besos

— ¿Te tomas una cerveza, Silvia?
— Vale, ¡gracias!

Espera nerviosa. Se muerde una uña, mira a su alrededor y encuentra a sus amigas que le hacen señas por si tienen que ir a buscarla. Saca el móvil del bolsillo y escribe en el grupo “Chicas SF”:

“Q me invita a una cerve, súper mono!! :)”

Guarda el móvil a toda prisa mientras ve a Javier acercarse con dos katxis.

La noche avanza con la excusa de ver juntos el encierro. Él conoce una valla que es la mejor para ver la carrera, y ya subidos la abraza para que no se caiga y porque está helada. Después toman un chocolate con churros en la Estafeta, aunque Silvia casi no lo prueba. Hablan, sonríen y se besan.

A las doce se encuentran con los gigantes entre risas y palabras. Les parece que siempre se han conocido.

Suena un teléfono.

— Es el mío, espera— dice Silvia—. Oye que me tengo que ir.
— ¿Pero quedamos luego?
— Vale— sonríe ella. Javier le guarda su número en la agenda.

Se alejan por la Ciudadela. A ratos se dan la vuelta para mirarse. Sonríen.