VII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


BRINDAR POR EL SIETE

Andoni Irisarri Ruiz

Suelo recordar que siempre se madrugó en aquella casa, pero el día siete el cielo abría incluso un poco más temprano. Recuerdo como el mes de julio, recién llegado, rayaba con timidez a primera hora. Solo los gatos, desperezándose alrededor de los restos de la lumbre, se atrevían a romper aquel silencio, casi monástico. Recuerdo anudar con mis dedos encallecidos por la azada un lazo para mi pañuelo, bien ajustado, pues mi cuello de labriego, negruzco y despellejado, agradecía la tregua que el sol le daba el día de San Fermín.

Recuerdo ver Pamplona desde lo alto del pueblo, como silenciosa y ajena al trasiego de sus calles. Recuerdo la llegada, el reencuentro, el abrazo.

Recuerdo apurar los últimos escalones hacia ese escenario de tabluchas desgastadas, disimulando torpe, aldeano, los nervios que siempre tuve. Cantar la jota que tantas veces oí a mi padre, y ver el velo de emoción en las caras de los viejos. Los labios temblorosos, los cuerpos casi muertos, vivos enteros de añoranzas por escuchar la jota al Santo. Recuerdo descorchar la botella de ese vino sucio y casi untuoso, hecho con las uvas que yo mismo pisé, y brindar por este siete, y Dios quiera que por el siguiente.

VELOCIDAD

Francisco Javier Aguirre González

Llevo toda la vida yendo a los sanfermines. De joven viajaba en autoestop, porque no tenía pelas para pagarme el billete del tren. Luego, cuando encontré un curro, comencé a usarlo; es un medio más seguro para llegar a tiempo al chupinazo. Por fin tuve coche. Iba volando. Luego hicieron la autopista, una gozada. Ahora me he hecho mayor, pero sigo yendo cada 6 de julio; bueno, si puedo voy el 5, que para eso estoy jubilado y me da más juego el tiempo. Tomo precauciones, claro está, que se vuelve uno prudente con la edad. Este año, en vez de ir a 120, como de costumbre, iré solo a 119.

CORAJE

Miriam Goizueta Bicarregui

Entre ellos un profundo silencio, aunque alrededor la Plaza del Castillo rugía eufórica.

Tomó una fuerte bocanada de aire.
Como intentando llenarse de ese valor que siempre le había faltado para situaciones como esta.

-No Leyre, la verdad es que no he venido por la comida. Sabes que me pierden los «almuercicos» de San Fermines. ¡Es la época del año en la que mejor como! -rió intentando relajarse un poco. – Debes saber que tampoco vengo por las tardes de toros y peñas. Ni por esta divertida tradición de vestirnos toda la ciudad igual: de blanco, con faja y pañuelico rojos.

Ella, pamplonesa de nacimiento, lo miraba ojiplatica. Casi ofendida.
Pero él siguió como si nada.

-Cada mañana me levanto con el corazón agitado y lleno de respeto, cuando me dirijo a correr el encierro. Es algo realmente indescriptible. Pero tampoco es eso lo que me gusta.

Leyre quería gritar. Su amigo llevaba años cruzando medio planeta para venir a San Fermín y ahora decía que no le gustaban. ¡No entendía nada!

-Todo es increíble. Pero no es lo que me hace volver… Lo que me enamoró de estas fiestas fue su gente. Entérate ya.
¡Fuiste tu! Mi neska polita, que me robaste el corazón…