SANTA CECILIA
Javier Olarte Arteaga
Nací de manos de un pintor madrileño, desde entonces por delante de mí muchas cosas y varios idiomas han pasado.
Trayendo agua desde lejos ayudé a mi pueblo a beber. Aquí con respeto me veneraban y podía sentir sus delicadas caricias agradecidas.
Pero de un tiempo a esta parte, durante los días de gloria las cosas han cambiado. Desde tierras lejanas se acercan a mí, gentes con ropajes mojados blanco color tinto y con otro modo de estar.
Mis paisanos, queriéndome proteger los años que me guardaron, mi estructura dañaron.
¿Quién me vende con frialdad dentro de un paquete de vino y fiesta?.
Si la fiesta es el sentir y el vino la sangre del pamplonés, ¿porqué gentes extranjeras lo derrochan por sus calles de ésta manera?.
Oh, noto mi piedra pisar, el vino salpicar, al gentío la plaza llenar y el cohete estallar. otra vez 6 de Julio ha de ser.
Mi nombre Santa Cecilia es, y en Navarrería me podreis ver.
SAN FERMÍN
Anaïs Bahillo Losada
Esta antigua fiesta roja, tan hipnótica como desinhibida, se arrebata por el calor del sol y, como la piel sometida a una alta temperatura, enrojece. La emoción se extiende con rapidez, y la reciprocidad pronto convierte la fiesta en festival. Durante este tiempo sopla por Pamplona un aire que oscila entre ácido, meloso y salado que, es cierto, no es apreciado por todo el mundo. Las respiraciones intensas del gentío rebanan el aire con su intenso ritmo. El ambiente es atrevido, caldeado casi al límite en algunos aspectos debido a la mezcla de alcohol y sudor. San Fermín expande su fuerza arcana mediante un de acorde de sol, color rojo y un potente sonido de tambor. El mensaje es claro: la fiesta no tiene fin. Si te acercas demasiado te embriagas, tan narcótico es su calor. Esta fiesta es una fiesta de estirpe antigua, abarrotada de ritmo, sensibilidad y memoria; se atreve y mira hacia el pasado. Una fiesta perfecta.
ESTO NO ES DOMINICANA
Rafael Mateos Sancho
De pronto, a pesar de que nunca estuve allí, rodeado por un gentío insolente, desbordada la alegría, oía esas endiabladas percusiones que zumbaban en mis oidos y penetraban sutilmente el alma. Rápidamente comprendí que aquello era una fiesta tribal que elevaba los espíritus hasta exorcizar una emoción universal.