VII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


LA PASTILLA DE JABÓN

Amaya Carro Alzueta

Lo cierto es que está resultando muy difícil. Medito mientras intento hacer desaparecer las manchas del bajo de tu pantalón, frotándolas con la pastilla de jabón con todas mis fuerzas. La primera vez que vas al chupinazo con tus amigos. La primera vez que pasas toda la noche fuera de casa. La primera vez que corres el encierro, aunque me prometiste que no ibas a hacerlo. Las manchas no salen. Tendré que dejarlas a remojo. Como a mis sentimientos. ¿Recuerdas cómo aferrabas mi mano, temblando, cuando veías a Caravinagre? ¿Recuerdas cómo te escondías entre mis piernas para no escuchar el atronador estallido de los fuegos? ¿Recuerdas cuántos globos te compraste y perdiste, cuántas vueltas me hiciste dar imitando a los gigantes? ¿Recuerdas cuántos besos nos dimos vestidos de blanco y rojo? Tu mano ya no busca la mía y tus besos pronto tendrán otra dueña. Y yo estaré aquí, intentando lavar mi nostalgia con agua templada y jabón de pastilla mientras mi niño se hace hombre y se aleja de mi lado. Espero que San Fermín te cuide, hijo, porque ahora te vas embriagado por la fiesta, pero mi alma predice que ya nada será igual. ¿Recuerdas, amor, cómo bailabas sobre mis pies?.

BUENA BAZA EN SANFERMINES

Miguel Angel Magallón Ansón

Es víspera de Sanfermines y los de la cuadrilla nos juntamos ante una copa de buen pacharán navarro en un tradicional bar taurino cerca de la plaza del Castillo. Comenzamos a jugar al guiñote y a charlar sobre nuestra vida. Les cuento que de joven en mi casa éramos muchos de familia y no sobraba precisamente el oro, así que me hice sirlero y espadista porque de alguna manera había que salir para delante. Pero aquel negocio no fue bien y la policía me trincó. Ese día recuerdo que en la comisaría me cantaron las cuarenta, debía llevar unas veinte en copas y ya estaba para el arrastre. El agente me dijo que yo era un verdadero as en el arte de la ganzúa y el robo, aunque basto, y que cambiara de tercio porque ya estaba en las diez de últimas. Y añadió que me hiciera novillero o mejor picador de toros porque, por aquel entonces, se me daba muy bien el caballo. Le puse cara de sota pero me echó un capote porque algunos años después aquí estoy, de triunfo, y mañana pico en el mejor coso que existe, la plaza de toros de Pamplona. Torea el maestro Padilla. “¡Partida y coto!”

LA CARRERA DEL DÍA SIGUIENTE

Esteban Conde Choya

Llovía. Si seguía así, no íbamos a poder realizar la carrera del día siguiente. Antonio y yo hablábamos de ello la víspera del día del Santo en el hotel donde nos habíamos alojado. «Yo saldré de todos modos», dijo Antonio. «No puedes», le repliqué. «Si haciendo bueno, tienes problemas, imagínate con el suelo resbaladizo». No logré convencerlo, porque la madrugada del 7, aunque veíamos por el balcón que seguía lloviendo, le vi ponerse al cuello el pañuelico rojo. No tuve más remedio que meterme en el bolsillo, en un descuido suyo, todo el whisky que había en el minibar. Sabía que, al levantarse, iba derecho a mueblecito y sacaba los botellines de JB para rellenar la petaca que yo le había regalado por su santo. Nunca me perdonaré haberlo hecho. Desde entonces raro había sido el día en que mi amigo no acabara mareado y perdiendo el equilibrio, y yo llevándolo casi a rastras a la cama. Y llegado el día más importante de las fiestas, resultó el peor de mi vida. Antonio descubrió el engaño del minibar y se encaró conmigo. Hubo un forcejeo entre los dos y acabé en el suelo. Cuando desperté, él había desaparecido. No volví a verlo nunca más.