VII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


DESIERTO.

Alberto Eransus Antoñanzas

Al recibir la temprana caricia del sol, constató que nada era cotidiano. Lo irracional pasaba a primera plana. Cerrando los ojos al instante, meditó.

Cuando todo va mal, pienso en blanco. Así puedo recordar mi casa, alegre y viva. No hay espacio físico pero aquí están todos presentes. Gigantes, kilikis, cabezudos y zaldikos, haciendo llorar a mayores y zagales. A pesar de que no hay ni rastro de calles, desfilan de manera contundente.

Si ya no puede ir peor, pienso en rojo. El chupinazo, todo carmesí resplandeciente. La sangre del encierro, dónde los Miuras hacen temblar las calles. Los huevos con jamón y tomate, la muleta del torero, el clarete.

Es cuándo despierto debajo de la jaima. No hay más que silencio. Abro los ojos. Contemplo que aquí también tiembla la tierra, hay niños llorando, sangre y muerte. Aquí, no hay sueño, porque nadie duerme. Los bostezos no se convierten en dianas desenfrenadas. Insomnio permanente.

Tiemblo de frío, té en mano. Es siete de julio y me coloco el pañuelico, no en el cuello como corresponde, sino en la frente. Así las lágrimas no se confundirán con mi sudor. Hay trabajo que hacer. Desde el Nepal, San Fermín, implorándote fuerzas frente a un desierto.

&nbsp

CUENTA ATRÁS

Maider Jiménez Echávarri

Si no acelero el paso no me dará tiempo. No soy buena deportista, mis pulmones me lo están insinuando, pero apenas puedo parar a respirar. Primer aviso.

Más tarde de lo previsto llego al lugar de la quedada, y todos han desaparecido. Busco entre la gente y no consigo ver a nadie. Todo es tan blanco y rojo… Quiero pasar entre la multitud aunque me supone mucho esfuerzo hacerme hueco.

Recibo gritos, quejas y abucheos. A mí tampoco me agrada la gente que se cuela para tener un sitio mejor, pero me he quedado sola. Segundo aviso; más vale que agudice la vista para localizar a mis amigos. Sigo recorriendo el laberinto de personas y estoy empezando a sentirme agobiada. Llamo por teléfono pero no recibo respuesta.

Resignada, me doy por vencida. Decido volver atrás sobre mis pasos para situarme en la parte posterior y no molestar. Busco un claro de hierba y en el momento justo en el que estoy agachándome, escucho: “¡¡IRATI!!”. Y aunque son miles de personas las que están sentadas en el jardín de la vieja estación de autobuses, reconozco esa voz. Ya tengo compañía para ver los fuegos artificiales. “PUM”, tercer aviso.
&nbsp

FREDI Y ARTURO

Javier Garcia Ruiz

Ellos no se conocen. Al menos a mí no me consta. Con Arturo, un tipo “de lo viejo, de toda la vida”, no tenía intención de estar aquel día. Con Fredi sí.
Fredi es osasunismo y es San Fermín. Mitad y mitad, pero al cien por cien. Al poco de conocerle, le conté que llevaba quince años consecutivos sin faltar a la cita, pero que todavía tenía pendiente aquello del tendido sol.
Ese mismo año, allí estaba yo. Uno más de la Muthiko. La tarde fue inolvidable y cuentan que la noche también. Despedí a Fredi y los demás cuando La Pamplonesa avanzaba por la Plaza San Francisco. Decidí que ese sería mi último acto del día. Cerrando la banda, pasaba Arturo.
—Vente a ver el encierro al balcón de un colega —comentó. Sonreí. No lo hizo tanto la familia del amigo de Arturo cuando, en fila de a uno, fuimos entrando al salón. La verdad que no éramos pocos y aportamos cierto ánimo a aquella estancia.
— Ahora un chocolate con churros —dijo Arturo. Y en su mueca, vi a Fredi.
“Estos sí que son San Fermín”, pensé. Volví a sonreír, imité aquel gesto y ajustando mi gorro de paja, entré en la cafetería&nbsp