VII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


LA EXTRAORDINARIA HISTORIA DE CARAVINAGRE

Luis López Morquecho

Cuando Caravinagre era un bebé no había madre, abuela o tía que no hubiera dicho de él: ¡Qué niño tan gracioso! Sin embargo, la principal benefectora del hogar social se volvió a olvidar de su regalo de Navidad.

Cuando Caravinagre era un púber cumplió hasta el delirio con el sexto mandamiento. Sin embargo, no fue suficiente y tras varios suspensos en latín el rector le cerró la puerta en las narices.

Cuando Caravinagre era un buen mocetón se colocó en la cadena de montaje de una fábrica. El trabajo consistía en golpear con un mazo una plancha de metal. Un golpe cada segundo. 36000 al día durante 50 años… un total de 540 millones de mazazos, aproximadamente.

Un día se nos encaló la pelota en su balcón. Lo echamos a suertes y me tocó. Cuando abrió la puerta me meé en los pantalones. Él se quedó observando el charquito que se extendía por la escalera. Después, me miró, posó su mano en mi hombro y sonrió arqueando las cejas.

Yo mismo recuperé el balón, incluso, saludé a mis estupefactos amigos. Qué me dijo, no lo sé, sólo recuerdo que me pareció muy gracioso.
 

OCHO DE AGOSTO

Miguel José Izu Belloso

Sábado ocho de agosto. Hoy tenemos cena. Inauguramos la escalera de San Fermín. ¿Que no empieza hasta el uno de enero? ¿Quién lo ha dicho? Solo porque la canción de Baleztena pare en el siete de julio no quiere decir que la cuenta atrás tenga que esperar hasta Año Nuevo. Desde el ya falta menos del Pobre de Mí hay relojes contando los meses, días, horas y segundos que faltan para el Chupinazo. En nuestra cuadrilla, desde que nos dimos cuenta, empezamos la escalera en agosto. Los que no estamos en la playa o de fiestas en algún pueblo. Seguimos el nueve de septiembre, diez de octubre, once de noviembre y doce de diciembre. Nos ponemos el pañuelo rojo y cenamos, ya nos hemos recuperado de las secuelas de los sanfermines, las gastritis, las hernias, las úlceras de estómago abiertas, algún esguince que siempre cae, y podemos atacar los huevos con chistorra, el estofao de toro que ahora sí es de la Feria del Toro, el vino, el pacharán. Para cuando la mayoría del personal se enganche en enero nosotros ya estaremos entrenaos. Que todo el año sea Navidad, desea algún cursi en diciembre. Y un huevo. Que todos los meses sean San Fermín. 

EL BALCONCITO

Celia Bolea Gonzalez

Recuerdo la primera vez que me asomé, fue amor primera vista.
En cuanto lo vi me enamoro, supe que pasaría largas horas en él observando a la gente pasar.
Pero al mirar a la calle desde su barandilla, solo podía pensar en una cosa, ¡San Fermín!
¿Cómo sería ver desde ese privilegiado lugar algo tan emocionante? Y contando los días que faltaban, ¡por fin llegaron!
Disfrutaba simplemente con mirar a la calle y ver las caras de emoción de pamploneses y allegados que exprimían cada segundo de la ciudad; disfrutaba al ver a niños y mayores bailando a ritmo de gigantes o esquivando las chispas del toro de fuego.
Pero no todo se quedó ahí, llego el momento en el que mi rincón consiguió ponerme los pelos de punta a las 8 de la mañana; cuando escuche la primera zancada del toro que encabezaba la manada se me aceleró el corazón. Del mismo modo que los siguientes ocho días, al escuchar el cántico y el intenso sonido de la tensión que se rompía con la mecha que avisaba que ya venían.
Y aquí sigo, en mi balcón preferido contando los días.
Es curioso lo tranquila esta la calle ahora.
¡Pero ya falta menos!