VII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


OTRO PUNTO DE VISTA

Isabel Torrubia Gortari

Llegó a una ciudad engalanada de rojo y blanco. El calor de julio se mezclaba con el jolgorio y las risas de la gente. Para unos, sus calles ahora contaban una nueva historia; para otros, Pamplona se convertía en la mejor anfitriona.

Incluso él, acostumbrado a la tranquilidad del campo, se dejó llevar por la atmósfera de colores, el olor del vino, la feria y la alegría reinante; hasta el río parecía ebrio de la emoción.

Pasó la noche junto a sus hermanos, pero en lugar del silencio y la calma, que suelen traer consigo las noches de verano, los ritmos de la fiesta y los fuegos artificiales, como soles en el negro cielo, les acompañaron hasta el amanecer.

Un murmullo creciente le despertó; se escuchaban voces y saludos al otro lado, pero el tono era ahora de emoción contenida y solemnidad renovada. Entonces escuchó una hermosa canción, perfectamente coreada….después estalló un cohete. Se abrieron las puertas, y salió con sus hermanos. Cientos de personas ataviadas de rojo y blanco les esperaban; un Santo les guiaba, un año más, al corazón de la fiesta.

CARAVINAGRE ( HOMENAJE LITERARIO)

Sergio Lopez Guillorme

Cuando despertó, Caravinagre todavía estaba allí. 

SUEÑOS DE GRANA Y ORO

Mario Utrilla Trinidad

¿Recuerdas nuestros sueños? ¡Cómo no!
Éramos jóvenes ávidos de experimentar nuevas sensaciones, de emociones, de adrenalina. Estábamos apasionados por los toros y no faltábamos a ninguna corrida de Sanfermines.
Soñábamos con figurar en los carteles de la Feria del Toro. Juan Sánchez “El Hortelano” era el nombre artístico con el que deseaba anunciarme en los carteles, por mi abuela, que tenía una huerta en la Magdalena; es un nombre que suena a torero. Tomaría la alternativa con un terno grana y oro. “Curro Navarra” es como se anunciaría mi amigo, vistiendo de turquesa y oro. Saldríamos a hombros en un apoteósico mano a mano celebrado en la Plaza de Toros de Pamplona, la misma en la que nos colábamos de pequeños y junto a la que jugábamos al toro al salir de clase.
Nos compramos a medias un viejo capote de segunda mano perteneciente a un banderillero retirado, José Martínez “Aguamarga”, para ir de maletillas. En aquellas pequeñas plazas de tientas se vinieron abajo nuestros sueños. Entre revolcón y revolcón fuimos cambiando la seda y el oro de los vestidos de torear por los trajes de tergal de nuestras profesiones.
Pero el miedo y la falta de oficio nunca lograron acabar con nuestra afición.