SANTIAGO PUEDE ESPERAR
Victoriano Alcalde Azcune
Santiago puede esperar
El peregrino, serio y cabizbajo, fue sorprendido en mitad de la plaza por una marea humana. Arrastrado entre risas y canciones, aún aturdido, el peregrino acabó a las puertas de una taberna. Entonces vio las boinas rojas, las camisas blancas, y comprendió; a quién se le ocurre pasar en romería por Pamplona precisamente el siete de julio, en pleno San Fermín… Una joven de sonrisa angelical y de ojos color moscatel se le acercó y le puso enfrente una bota de vino. El peregrino dudó un segundo, pero finalmente aceptó. Santiago puede esperar, le susurró la joven. Entonces el peregrino se descolgó la polvorienta mochila y la concha de vieira, unció con vino sagrado sus labios resecos, y se pasó el resto del día cantando y bailando… que es otra manera, tan buena como otra cualquiera, de honrar a Dios.
MALDITO LIBRO
Joaquin Palacios Sanz
Había soñado con ello toda la vida. De niño cuando leyó Fiesta, Atsuo Hiruma, hijo de un maestro de kendo, había tomado una decisión; viajar a España y vivir un San Fermín.
La idea del toro, el torero y la tauromaquia, encajaba muy bien en los principios del Bushido. Coraje, benevolencia, justicia, respeto… la muerte con honor en combate como fin supremo del samurái. Jubilado de montador en la Toyota, en forma a pesar de sus 60 años gracias a los ejercicios diarios de artes marciales, Hiruma amaneció un siete de julio en la Cuesta de Santo Domingo invocando al santo pamplonica. Un periódico enrollado en la mano y un manoseado libro metido en la faltriquera, una boina y una faja roja eran sus acompañantes de encierro. Los pelos como escarpias, la mirada ardiente, sudor… pero ni una señal exterior o interior de miedo, la comunión con el instante era mística y por un momento su sombra pareció convertirse en un samurái en postura de combate.
Fue todo una: el cohete, la explosión, la carrera, la cornada seca y bestial del burel en el vientre, atravesando el ejemplar de Fiesta y el nipón llorando de rabia por seguir viviendo. Hemingway no podía consentirlo.
ILUSIÓN
Miren Edurne Mugarra Soldevila
Abro los ojos despacio ha llegado el día, todo el año esperando para esto y por fin ha llegado. Me visto con cuidado, pantalón y camiseta blanca, pañuelo y faja roja. Los nervios me hacen cosquillas en el estómago y sonrío como un tonto. Leyre me mira con la misma sonrisa en la cara, vestida con falda blanca y camiseta, se estira todo el rato la faja y juega sin parar con los flecos.
¿Todos listos? Leyre y yo nos miramos y asentimos fuertemente con la cabeza, ella me coge la mano y sonríe. Yo le he contado que hoy vamos a ver toros, gigantes, un Santo que nos cuida mucho y una lluvia de estrellas de colores que caen y caen y nunca tocan el suelo, increíble. Pienso que no se cree nada de nada de lo que le digo, pero todo es verdad, yo me acuerdo del año pasado.
Leyre se quita el chupete y me da un beso fuerte, hace eso cuando está muy emocionada, yo ya no lo hago porque soy mayor, tengo cuatro años y voy bien armado con una verga para alejar a los kilikis que quieran perseguirme. Ya ha llegado, San Fermín ya está aquí.