VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


SEMANA DE LAS ALMAS

Nora El Fakiri Arabi

Tanto de cerca como de lejos se aprecia el riacho nevado con copos de rubí desembocando en el regocijo de hogareños unidos por el brío del Txupinazo, junto a toros vestidos de gala ansiando desfilar por los amplios bulevares que podrían recorrer el Camino de Santiago. La semana en la que más almas se fusionan sin dejar de ser a almas,únicas almas que recorren todos los recovecos de una de las provincias más deseadas de España. Es el fugaz lapso donde no son bienvenidos los prejuicios y solo se alberga en el afecto del ambiente y de su gente. Azoteas, calles, balcones plegados de deseo solapado al anhelo de una de las grandes figuras del ambiente. Todo ello rebosante de fiestas sin fin, es la época del año que todos ansían, San Fermín.
 

LA SONRISA

Iván Parro Fernández

Principios de julio. En capilla para San Fermín. Llego a casa del aitona. Ahí está sentado en su butaca. Le saludo. No me dice nada. Manifiesta extrañeza. Le digo que soy su nieto Aitor. No responde ni hace ningún gesto. Una pequeña lágrima. El alzheimer cada día le puede más. Voy a pasar la tarde con él. Enciendo la tele. Un documental (de toros). Se entretiene. Mientras observa esos animales haciendo cosas de animales voy al cuarto. Me pongo mi camisa y mi pantalón blancos. Adelanto tiempo. Luego he quedado con amigos para dar una vuelta. Me distraigo con el móvil whatsappeando con ellos. Escucho la puerta. Miro el reloj. Pero qué rápido se pasa el tiempo. Ya está mi tía Edurne de vuelta. Le da un beso a su aita y le pregunta cómo está. No obtiene respuesta. Yo agarro mi pañuelo rojo, me lo ciño al cuello y voy a despedirme del aitona. Me contempla un momento de blanco y rojo y me dedica una sonrisa cómplice. ¿Qué habrá recordado para responderme así? ¿Será que aún no ha olvidado del todo? ¿Qué habrá sentido al verme de pamplonica? La mente es un universo por descubrir… ¡Hasta pronto! Cierro la puerta.  

EL SUEÑO

Juan Molina Guerra

No era aún la del alba cuando Sancho se levantó sobresaltado de su lecho de hierba. Junto a él, dormía plácidamente don Quijote.
-Señor, señor –dijo el escudero zarandeando al Caballero de la Triste Figura-, he tenido un sueño prodigioso.
-¡Pardiez, tragaollas, sueños tenemos todos! ¿Tan importante es el tuyo que no has podido esperar a que despertara?
-Perdonad mi atrevimiento, mi señor don Quijote, pero creo que este sueño no sólo iguala a las visiones que a vos os acontecieron en la cueva de Montesinos, sino que, antes bien, las superan.
-Comienza pues sin rodeos, y no te pierdas en disquisiciones, y evita, si posible te fuera, insertar en tu relato refrán alguno.
-Lo que he visto, mi señor, era un ejército de mozos vestidos de blanco, que corrían entre reses bravas, y no parecía sino que disfrutaban de su atrevimiento. Algunos portaban un rollo de papel en la mano en el que se adivinaban letras impresas.
-¿Pudiste ver qué decían?
-¿Cómo pudiera si no sé leer?
Don Quijote se le quedó mirando de hito en hito. Luego dijo para sí: “Este Sancho… Ahora comprendo que Cervantes lo pusiese a mi vera: luce más mi galanura cerca de su tosquedad”.