VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


CASTA Y TRAPÍO

Agustín Martínez Valderrama

Tras el oficio en San Lorenzo y el posterior piscolabis en los parterres del restorán, los invitados se dirigieron al salón. Atendiendo a la disposición de las mesas, tomaron asiento frente al pliego donde lucía su nombre. Luego las luces se apagaron, y apenas un halo tenue iluminó la puerta. En silencio, expectantes, con los pañuelos rojos dispuestos, aguardaron a que sonara la música e hiciera su aparición la joven pareja de recién casados. Entonces sonó el chupinazo, y tras él, irrumpieron seis miuras de más de seiscientos kilos, bufando y embistiendo por doquier. Fue un encierro rápido y limpio, y en apenas dos minutos el último morlaco – de nombre Místico – huía despavorido y trémulo acuciado por Natichu y sus amigas que, pamelas en ristre, trataban aún de darle alcance. 

VIAJE POSTERGADO

Alejandra Débora Sawczuk

Después de leer la novela «Fiesta» de E. Hemingway quedamos entusiasmados con estar presentes en las fiestas de San Fermín. Comenzamos a organizar el viaje para el 6 de julio del próximo año.
No queríamos perdernos de nada. Asistiríamos al chupinazo, al encierro, veríamos a los cabezudos y sus comparsas, acompañaríamos el Riau-Riau cantando y bailando y por las noches disfrutaríamos los fuegos artificiales.
Todo estaba planificado Ya nos habíamos comprado sendos pañuelos rojos.
El dinero se administraba, para ahorrar al máximo, pensando en el viaje a Pamplona.
El 4 de julio partiríamos de Buenos Aires y haciendo algunas combinaciones de vuelos, llegaríamos a destino un día después.
Nuestro sueño estaba por cumplirse.
El 4 de julio me levanté muy descompuesta, lo llamé y me internaron. Tres horas después el médico nos avisó: «El niño, a pesar de ser prematuro, se encuentra en perfectas condiciones. ¿Cómo se llamará?»
Contestamos sin dudar: Fermín.
El próximo año , el ansiado viaje lo haríamos los tres. 

THE MARRYING KIND

Lucy Wilkinson Yates

This is a true story. I once married a man because of San Fermines and, believe me, I am not the marrying kind.

I learnt Spanish because of Lorca, learnt about Spain because of Hemingway and came to live in Madrid thanks to a twist of fate. Like all guiris, I had a vague idea about meeting a bullfighter and having good Catholic babies with him, and everybody in his town saying that I was alright, especially for an Englishwoman.

But that is not what happened. I flew in on an evening flight and met a Navarran in the supermarket who looked like Lorca from the eyebrows up. It turned out that he had once been fond of running away from bulls. ‘Me too,’ I said, ‘I run away from things all the time. Is that a good thing?’ He shook his head. ‘You need to see the bulls, darling.’

When we go back, we walk up Santo Domingo, down Estafeta and he tells me about the crush, the hot breath of the animals, the men pressing themselves into the walls and wishing, for a moment, to be men no more. That, he says, is living.