VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


TOROS

Luis De La Cruz Pérez Rodríguez

Soltaron los toros. J.J. y yo corríamos a la par por las calles de Pamplona, en este amanecer de julio. Hacía una semana que estábamos en la ciudad. A él le movía el interés de reconquistar a su novia, a mí solo el deseo de volver a disfrutar del San Fermín.
La noche antes, habíamos casi tropezado con la tal Helena, en la plaza de la Constitución. Helena y su actual novio nos ignoraron por completo. A partir de ese instante, mi primo J.J. se transformó en otra persona.
––Soy un cornudo, un toro más entre tantos toros––me había dicho apesadumbrado.
Ahora corríamos, perseguidos por una decena de impetuosos novillos, rumbo a la plaza.
––Soy un toro, uno más…uno más…
De tanto escuchar sus afirmaciones, me pareció verlo, entre el polvo y la algarabía, transformándose en un cuadrúpedo taurino. No me pareció…juro haber visto a J.J. entrar de toro en la plaza y con sus demás congéneres continuar hasta el toril.
 

EL VERMÚ

Maria Jose Tabar áriz

No es casual que tres años después de que el Café Roch empezase a despachar alegrías (qué si no) en la calle Comedias (dónde si no), unos mozos de cuarentaytantos años, trabajadores de una empresa semipirotécnica, avisarán del inicio de las fiestas más grandes del mundo conocido lanzando varios artefactos festivos.
Chissssssssssshhhhhhhpimba.
La cosa no queda ahí.
En 1931, el cohete se convierte en el reloj que indica el comienzo de las fiestas de San Fermín. Al parecer, Juanito Etxepere, tabaquero y republicano, fue el primero en lanzarlo de manera oficial el 6 de julio de aquel mismo año.
Lo hizo año tras año. Hasta que fue fusilado en 1936.
Aquel txupinazo suyo, y de todos, se recuperó. Y es el mismo que hoy mismo retumbará al mediodía, hora del vermú, como suena el culo de un chato de vino al reclamar otra oportunidad.