VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


MIEDO

Cristina Arroyo Marin

Toda la vida he soñado con esto. Cada año de mi vida que recuerdo vistiéndome de blanco y rojo suspiraba con el mismo momento. Ese instante eterno anterior a salir y ponerme delante de un toro, correr con ellos, tenerlos cerca.
¡Por fin tengo dieciocho! ¡Ya puedo correr los Sanfermines! Tengo en mi cabeza desde hace años establecidos los planes de cómo será el antes y el después con sus posibles variantes. Salga como salga la cosa, será un sueño hecho realidad. Pero ahora que estoy a una semana, me encuentro con algo con lo que no había contado, tengo miedo. Pensaba que al tenerlo tan planeado esto no sucedería, pero ahí está, acechando. Es un miedo paralizante, que acelera el corazón. Pensar en sentir el calor del toro cerca ya no me sube la adrenalina, no me gusta, no me da nervios en la tripa, me aterra. Cierro los ojos y tiemblo. Más que miedo tengo pánico. ¿y si después de tanto desearlo no soy capaz? No podría dar un motivo convincente de porque no salgo a correr. Tener miedo no es propio de aquí, o puede que sí, pero con miedo o sin él, tendré que salir. Tendré que perseguir mi sueño.
 

EL ELIXIR DE LA VIDA

Jose Luis Bragado García

ELIXIR DE VIDA

La afirmación: “más cornadas da el hambre” en mí se hizo realidad. Primero me despidieron del trabajo, y luego llegó la enfermedad. Pero, desahuciado y sin blanca, un año más estaba en Pamplona para vivir con entusiasmo pleno los encierros de San Fermín.
Entre la angustia y la concentración antes de la carrera, en la calle Estafeta la vida se mostraba plena, emocionante; con su miedo y con su éxtasis, descubriendo esa concordancia entre la vida y la muerte.
Mi ánimo renacía sobre el adoquinado. El rito del riesgo describía bellamente la sensualidad de vivir, ese estar entre peligros amando la vida, viviéndola.
Luego, mis sentidos corriendo, esquivando, recuperaban su funcionalidad vital y, me mostraban el embrujo de la fiesta navarra sintetizada en las sinergias de los rostros humanos, los aromas fuertes y calientes de la hogaza, la leche blanquísima, el vino trasegado y compartido, los cánticos y el compañerismo abriendo sitio cuando acechaban las astas…
Las sensaciones se desbordaban, mientras esquivaba a los toros, como dados del destino.
¡Preciosa lección de vida!
Y, sí, “más cornadas da el hambre”. Pero, como paliativo a mi enfermedad terminal, yo bebía el elixir de vida corriendo los toros en San Fermín.
 

MARIPOSAS

María I. Cambero Serrano

Gaizka me oprime contra su cuerpo. –Te echaré de menos –susurra cuando me devuelve mi móvil. Con el cierre de puertas recupero el aliento. Este fin de semana será diferente: ignoraré sus wasaps. No responderé a sus llamadas ¡Qué me insulte! No me importa.

El viaje se hace eterno, pero ahí están: las luces de la noria, la ciudadela, los churros de la Mañueta. Amatxi Josefina. Aún no hemos parado y la gente se agolpa en las salidas del autobús. Entiendo su impaciencia. Yo también llevo un año esperando.

Me reconforta el abrazo de Marina. Nerviosismo, expectación y anhelo se entremezclan en un cóctel que me embriaga. Caminamos del brazo. Pausadamente. Dejándonos seducir por el fervor sanferminero. En el Paseo Sarasate me siento yo de nuevo. Compramos varios boletos. –¡Mierda! –exclama Marina–. Otro año que nos quedamos sin el coche.

Seguimos la caminata lamentando nuestra mala suerte. Las mariposas aparecen en la Plaza del Castillo. Revolotean en mi estómago. Luce camiseta blanca, pañuelico rojo y sonrisa vehemente. –¡Marina! ¡Marina! ¡Me he vuelto a enamorar! –grito apretando su brazo. La plaza me felicita. Marina me mira sin comprender. –¡Ahí! –digo. Y señalo mi reflejo en el cristal.