VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


LA ILUSIÓN RECONQUISTADA.

Antonio León Del Castillo

Despejadas las dudas, vencidos los recuerdos invalidantes que me atenazaron, recuperado el buen humor y reconquistada la ilusión que daba por perdida, he decidido reanudar la carrera. De punta en blanco para la ocasión: zapatillas cómodas guardadas desde mi último encierro, pantalón y camisa de idéntico blanco, fajín rotundamente rojo y el pañuelo de mi peña con su escudo bordado sobre fondo granate. La calle crece de vida y percibo ya el bullicio siempre reiterado, puedo casi palpar los nervios que se adueñan del espacio, he comprobado que el pavimento del recorrido está húmedo y ha refrescado, presiento nubes bajas y sol escaso para hoy. Estoy en guardia, he calentado, reservé un periódico que, enrollado convenientemente, servirá. El chupinazo me asalta acobardado todavía, me empujan, me sobrepongo, hago Mercaderes, Estafeta y al principio de Telefónica me aparto exhausto y dolorido junto a un corneado. En este punto, me siento y vuelvo en mí. Apago la radio y llamo a mi Alaia que me responde con su ladrido habitual, presta a guiarme. Cierro las ventanas, bajamos el piso y en la puerta nos espera lo que queda de un bendito día. 

ABABOLES

Blanca Oteiza Corujo

Bajo la sombra de un olivo descanso del sol de julio que golpea fuerte en estas horas del día. Contemplo las flores decorando el campo cómo se mecen con la brisa que trae el sonido de las doce del mediodía del cercano pueblo. No puedo sino imaginarme el bullicio en la plaza del ayuntamiento. Los puntos rojos salpicados en mi horizonte, entre hierba y trigo bailan como los pañuelicos en la mano antes de anudarse al cuello. El sonido de la fiesta queda mitigado con el canto de los pájaros que me devuelve al campo, a la distancia y a los años lejanos de mi juventud donde disfrutaba de mis queridos san fermines.  

YA FALTA MENOS

Jorge Gutierrez Dubois

La mecha se consumió en un segundo. El cohete salió disparado hacia el extrañamente azul cielo de Pamplona ajeno a la expectación que había concentrada a su alrededor. Abajo mientras tanto, la muchedumbre que abarrotaba la pequeña plaza consistorial, jaleaba el nombre del santo sin desfallecer. Llegados desde todos los confines de la Comunidad, del País, de Europa y del Mundo, dejaban atrás sus diferencias hermanados en un sentimiento: la alegría, y unidos por unos colores: el blanco, en esos momentos no tanto, y el rojo del pañuelo que sostenían al aire.

Él estaba allí, en medio de la plaza, saltando y gritando igualmente. Poco importaban los pisotones o los empujones. Cada vez que se acercaba esa fecha abandonaba todo lo que estuviera haciendo para ir a su ciudad, a sus fiestas. Días especiales de reencuentro con la familia, los amigos, los almuerzos, los encierros, la comparsa, el Riau Riau, las peñas… tantas y tantas vivencias que había compartido desde que tenía uso de razón.

La esperada explosión le despertó de sus recuerdos. Fuera la lluvia caía intensamente. El despertador indicaba las 7:05 A.M. y el calendario marcaba 2 de Febrero.
– “Bueno, ya falta menos” – Pensó antes de empezar el día.