VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


PUNTO DE VISTA

Carlos Asorey Brey

Qué nervios. Imposible sujetarme. No es para menos, es mi primera vez e intuyo que, pase lo que pase, los próximos minutos van a cambiarme la vida. Pateo el suelo con fuerza, descargo mi inquietud, muestro mi ansia. Puedo ver la puerta del corral. Miro al cielo buscando horizonte, pero no está. Está el amanecer. Miro a mis compañeros. Parecen tranquilos, sin estarlo; sienten lo mismo que yo.
Oigo cánticos. Quisiera participar, pero no puedo. La tensión es máxima. Un hombre se acerca, con un encendedor, a la caña puesta junto a la cancela. Prende un fuego sin llama, sólo estrellas y humo.
Oigo la explosión, al tiempo que la veo, creando una efímera nube. Abren la puerta y los pastores comienzan a vocear, agitando sus varas. Una energía recorre, como un rayo, mi espina dorsal hasta la cabeza. Comprendo que no siento miedo; al contrario, soy símbolo de bravura.
Corremos. Yo abro manada; detrás, mis cinco compañeros y los cabestros. Delante, un turbio gentío de humanos huyendo. Pobres ignorantes, la mayoría desconocen qué significa este sagrado ritual.
Atropellaré a alguno, aunque yo no quiero hacer daño a nadie. Sólo quiero llegar hasta la plaza, a esperar. Y esta tarde, la gloria.
 

AMIGOS PARA SIEMPRE

Belen Latienda Suescun

Año tras año siento lo mismo: los nervios de la espera antes del “Txupinazo”; la alegría desbordante de la fiesta; la emoción de las tradiciones; el cansancio acumulado del “de aquí para allá” y la tristeza de la despedida, aliviada por la tranquilidad de que “el Pobre de mí” es un “hasta siempre”. Lo pensaba hoy, seis de julio, en el camino hacia el almuerzo, con la cuadrilla, en nuestro “barico”. Menudo día es éste. Sabes cómo empieza pero nunca como acaba. El siete es diferente, solemne, emotivo. Nunca faltamos a la procesión y la “jotica” a San Fermín es cita inamovible. Los demás días no paramos. Que si las dianas; el encierro; los churros de La Mañueta; el Baile de la Alpargata; los gigantes con los txikis; los vermuts interminables con frito y “marianito”; las comidas, cuando surgen; el café con patxarán en la peña; los toros; el pote de después; las cenas con unos y otros; los fuegos; las noches interminables… Y cada año, cuando me guardas en la sagrada caja de “ropa de sanfermines”, siento que soy muy afortunado por ser tu “pañuelico”. El que te acompaña en estos intensos, felices, increíbles e inolvidables ocho días, desde que eras un crío.  

THE SUN ALSO RISES IN BOSTON

Clara Leach Ibiricu

Este hombre… se ha vuelto a dejar la puerta abierta. Prentiss entró en la casa. No lo oía moviéndose en la cocina. No notaba el familiar olor a comida que de pronto le recordaba que tenía hambre. Fue a la sala. Richard estaba sentado en el sillón. Pero no relajado. Estaba inquieto. En lugar de su habitual atuendo para trabajar en el jardín, llevaba los pantalones que su hija le había regalado para su cumpleaños.
— ¿Qué pasa?
Richard llevaba puestas sus gafas de media luna y sostenía un papel doblado entre sus manos. Una sonrisa empezó a formarse en las comisuras de sus labios.
—Richard. ¿Qué pasa?
Él le tendió la hoja. Tras unos instantes, Prentiss lo miró asombrada.
— ¿Lo recuerdas?
—Es una locura, Richard.
—Pero, ¿lo recuerdas?
—Cómo iba a olvidarlo.
— ¿Vamos?
—Pero no podemos ir de un día para otro. No podemos dejar todo de repente. Piensa que todo habrá cambiado mucho. Richard, probablemente lo que recuerdas, esa magia, ese calor, ha desaparecido.
— ¿Vamos?
Ella contempló el rostro del viejo. A pesar de que sus ojos la miraban, su cabeza ya había volado 5000 kilómetros al este.
—… vamos.
—Qué guapa vas a estar de blanco y rojo.