VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


TADEO AMORENA

Javier Muruzábal Cuevas

—Le digo que son viejos y pesados, Pascuala.

—Ya sabe usted que yo no entiendo de estas cosas.

—Hablé con algunos mozos y confesáronme que sus cuerpos, aunque robustos, se resienten cada vez que los sacan por las calles.

—Pero son tan hermosos… Los más pequeños miran hacia arriba asombrados. Es precioso verlos cantar y bailar a su alrededor.

—De chico no había cosa que produjera mayor regocijo en mí que salir al encuentro de ellos por el barrio de las Tornerías y perderme entre la multitud agolpada a los pies de los gigantes. Años ha de aquello. Imagíneselos más ligeros de forma que sus conductores maniobren en el interior con mayor soltura para que puedan bailar al son de los pasacalles que tocan los txistus. Figuras nobles y elegantes que representen las cuatro partes del mundo revestidas con trajes de vistosos colores.

—No sé, Tadeo. Me infunde cierto miedo el que a los vecinos de Pamplona pudiera no gustarles tu trabajo.

—Tenía la intención de haber acabado el primer gigante para que usted y Benita lo vieran, pero esta tarde les llevaré al taller para que conozcan a Joshemiguelerico. No se preocupe, mujer. Confíe en San Fermín. ¡Será todo un éxito! 

SAN FERMINES DE 1991

Amaya Jareño

Quién le iba a decir que un 13 de julio le tocaría estar en el hospital, cuando Pamplona es bicolor y la música reina en la calle. Cansado de esperar toda la madrugada en la salita, decidió tomar un café y así, ver el encierro. Las caras de cansancio de otros familiares, que como a él le había tocado estar en el hospital, adornaban la cafetería.

Sonó el primer cántico en el televisor y recordó nostálgico cómo años a tras tuvo el coraje o la inconsciencia de correr el encierro. Con una sonrisa tomó un sorbo de café acompañado por el segundo cántico. Es entonces cuando sintió un escalofrió, ¿irá todo bien en los pisos superiores del hospital? Ultimo cántico, a ver cómo se portan los Domecq, pensó.

Terminado el encierro y el café volvió a la sala de espera. No había tenido noticias de su mujer en varias horas, lo que le inquietó. Minutos después un médico entró en la sala, ¿Juan Antonio? Preguntó. Temeroso se acercó al doctor,

“Enhorabuena, ha sido niña.”

A mi madre, a quien le fastidié los San Fermines de 1991, y a mi padre, a quien no me cansaré de vacilar por haberse perdido mi nacimiento.  

LOS CUERPOS SE FUNDEN

José Fernando Cuenca Gómez

LOS CUERPOS SE FUNDEN

Él camina con ese gesto despreocupado que tanto gusta a las damas. El Sol reina radiante en el cielo azul. Un buen día sin duda.
Las calles de la ciudad tiemblan con el ronco rumor de miles de pisadas que huyen de decenas de patas.
A lo lejos descubre otra segura conquista y cambiando de rumbo se acerca a ella.
Entorna los ojos. Una mirada arrobadora. La boca se abre en una sugerente sonrisa. Unas palabras picantes acarician sus oídos.
Con gestos galantes la invita a subir a su balcón.
El gentío, los gritos, las carreras, los astados golpeando con sus poderosos corpachones la fachada, hacen que se le acerque buscando protección.
Otra en el bote, piensa arrogante.
Un brazo sobre el hombro. Una suave caricia en el cuello.
Las cabezas se unen. Los cuerpos se funden.
Una sombra gigantesca crece veloz en el suelo y en el cielo ocultando el Sol. Un vendaval extraño antecede al ruido ensordecedor.
Buuuummmmmmmm.
Una muerte terrible e inesperada les ha sorprendido abrazados.
Los cuerpos inertes se mantienen firmemente unidos.
Una voz profunda que procede del lejano infinito se deja oír:
“¡Malditas pulgas!”