VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


EL FANTASMA DE LOS SANFERMINES PASADOS

Miguel Montañés Esquíroz

El pamplonés desleal, el navarrico ingrato, parte cada año de la ciudad en llegando las fiestas del santo patrón para buscar pastos menos tumultuosos al sol de la costa tarraconense ante la incomprensión de sus vecinos. No hay quien entienda a éste. Vas a cambiarme Salou por el encierro, la salida de las peñas, el ambiente de lo viejo y las guiris, que la última vez a punto estuvimos de ligar. Anda, anda. Vaya jambo más raro. Con lo bien que se lo pasaba antes. Con lo que le gustaba. Así todos los veranos. No lo comprenderán jamás. Nada, un caso perdido. Un raro. Un fenómeno paranormal. Lo que pocos sospechan (aunque alguno imagina) es que el navarro descastao, el pamplonauta felón, abandona a hurtadillas el bungaló poco antes del mediodía del 6 de julio y se llega hasta la terraza del bar Las Gardenias donde pide un pacharán (no suelen tener) y que le pongan el chupinazo. A 400 kilómetros de casa quieras que no el zamarugo se ablanda. Invoca al fantasma de todos los sanfermines pasados y termina soltando la lagrimilla. Y como se conoce, lleva el pañuelo preparado para enjugar la llantina. Rojo, naturalmente. De qué otro color si no.  

A ESTA RONDA INVITO YO

Celina Ranz Santana

“¡Dos de anchoa y txangurro, una de rabo de toro, media de jamón, pimientos, tres txacolís, dos verdejos y una cola!”. A escasos decibelios por encima del sonido ambiente los fonemas atraviesan la sala abarrotada. Suerte que José Mari ya tiene el oído hecho al timbre de Óscar, tanto que es capaz de identificarlo entre las carcajadas de ese grupo de turistas de orejas coloradas, la pareja que discute por no sé qué malentendido de la madrugada anterior y los cuatro jubilados que se han puesto nostálgicos con las canciones de Los Iruñako.

Desde mi rincón en la sala, entre la foto de Hemingway y la de Turrillas, alzo la mano con ademán banderillero. Un simple gesto me basta para que José Mari, que además de oído tiene muy buena vista, entienda a la primera el pintxo y el chato que quiero. “Lo he clavao”, le digo a Turrillas que parece asentir con su perenne sonrisa. Y en compañía de mis dos amigos monocromos contemplo el ruedo con los pulmones henchidos de orgullo iruñar, convencido de que ésta es una buena tarde para que me saquen a hombros y por la puerta grande.
 

EL PAÑUELO ROJO

Willian Santos De Brito

Este pañuelo rojo que tengo en mis manos los es todo para mí. Allí, en aquella ciudad maravillosa, conocí a la chica que se dejo caer el pañuelo mientras corría delante de los toros. La vi desde la barrera, pues no me atrevía a ir delante de los toros. Como me arrepiento de haber sido cobarde, podría haberla conocido. Su pañuelo cayo a mi lado, lo recogí y lo olí. Una oleado de pasión por ella me invadió al olerlo. Hasta el día de hoy no puedo dejar de pensar en ella. ¿Será que la veré, será que volveré a verla correr delante de los toros? ¿Tendré la oportunidad de correr a su lado? No lo sé, pero, lo que sí sé, es que esta vez no tendré miedo de correr delante de los toros. Llevo un año esperando desesperado las Fiestas de Pamplona. No señores, no tendré miedo está vez, correré y correré en busca de mi amada, a devolverle su pañuelo rojo.