PRIORIDADES
Miguel ángel Moreno Cañizares
A punto de comenzar el encierro, se da cuenta de que no se ha despedido y decide apartarse para llamar. ¡Cómo puedo ser tan despistado!, se lamenta a diario. Al otro lado del teléfono, la voz de su pareja le pone un nudo en la garganta. “Luego te digo, no puedo ahora”, balbucea antes de colgar con premura. Se pregunta qué habrá sucedido, por qué tanto misterio si media hora antes compartían cama, sueños y ronquidos. Vuelve a marcar, pero comunica. Repasa los últimos días, desde el chupinazo en la Plaza Consistorial, hasta el encierro de ayer, fluido y sin incidentes. Lo intenta de nuevo… nadie responde. Piensa en su familia: papá, mamá, el abuelo, la prima Arantxa que cuida de ellos. Quizá un infarto, un accidente, una caída. ¿Y si es lo contrario? Que les ha tocado la lotería, el cupón de los ciegos, la tómbola… Apoyado en la esquina de la calle Mercado, le aprieta hasta el pañuelo. Con un pie en la baranda, ve pasar el primer Jandilla, escoltado por varios cabestros. Bulle Pamplona. Estruja el periódico, hincha la vena del cuello, cuenta hasta tres y salta. Sonriente, corre a centímetros del astado durante dos minutos que no cambia por nada.
LA PARTICULAR VENGANZA DE SAN FERMÍN
Rakel Ugarriza Lacalle
Esteban no puede dormir. Da vueltas en la cama, pero como no quiere despertar a su mujer se levanta y se va al salón.
Este año no será como los doce anteriores. No viajará a Pamplona. Ha decidido que no correrá más encierros, que ya es hora de dejarlo. Su mujer lleva demasiado tiempo pidiéndoselo, dice que sufre pensando que algún día un toro pueda matarlo. Peor aún, dejarlo inútil.
De nada sirve explicarle que el santo siempre le protege, que siempre escucha la plegaria que él repite como un mantra durante cada carrera: “San Fermín, San Fermín, aleja los cuernos de mí”.
Lo cierto es que pensó que ella se alegraría mucho más al comunicarle su decisión, pero apenas ha esbozado una tibia sonrisa.
Esteban vuelve a la cama. Al entrar en la habitación el móvil de su mujer se ilumina. Ha recibido un whatsapp. La curiosidad es más fuerte que él. Desliza un dedo por la pantalla. El móvil anuncia que JJ está línea. «¿Cómo que el capullo de tu marido no se marcha a Pamplona? Joder, nena, me muero por verte».
Esteban lanza el teléfono contra el suelo. Acaba de comprender que este año no ha hecho su plegaria al santo.
A MI PADRE
Marialuz Vicondoa álvarez
La noche anterior tenía algo de mágico, sólo comparable a la de los Reyes Magos. Ocurría una vez al año, pero en San Fermín. Me acostaba nervioso y tardaba en dormirme. Pero sabía que mi padre me desertaría a la hora, que no me fallaría. Partíamos tan temprano que parecía mentira que el sol fuera a salir. Me iba sin desayunar. De su mano, caminaba por el centro, orgulloso de…¡de todo! San Fermín a esa hora era el final de la noche para unos; el principio de un amor o el chorro de agua fría de limpieza, para otros… Para mí, el inicio de ese día esperado, andar hacia la plaza, comprar las entradas para ver llegar el encierro… Todo era demasiado corto y yo quería que fuese eterno. Entrábamos, nos sentábamos y esperábamos, mientras me sentía el niño más feliz del mundo. Único. Único para él. De repente, crecía, era mayor. Lo de menos eran los toros, las vaquillas, la envidia de mis amigos, hasta el chocolate con churros. Lo mejor, compartir esa aventura con mi padre, complicidad, orgullo de ir con él… Pero lo más de lo más era saber que para él también era el día más importante de las fiestas.